¿Qué Ocurriría Si Súbitamente Surgiese En
Público Un Gran Instructor de la Humanidad?
Carlos Cardoso Aveline
Jesús podría decidir materializarse en la sede de las Naciones Unidas en
Nueva York (foto), si actualizásemos el enfoque de Dostoievsky acerca de su retorno.
Las etiquetas no sustituyen a la realidad. La sabiduría divina fluctúa por encima de las apariencias visibles, los nombres propios y las imágenes personalizadas.
El conocimiento universal es como un círculo infinito cuyo centro está en todas partes: la esencia de cada religión o filosofía contiene, por tanto, la esencia de todas las otras.
Cuando miramos en profundidad la figura de Jesucristo, lo reconocemos como un símbolo de aquellos sabios e instructores que, atravesando el océano del tiempo, conducen a los seres humanos en dirección a la verdad. Krishna, Buddha, Pitágoras, Platón, Lao-tzu, Confucio y Cristo enseñan la misma sabiduría universal.
Los grandes sabios jamás se alejaron de la humanidad, pero el contacto con ellos no es verbal ni visual. Los seres humanos reciben su ayuda y su inspiración en planos superiores de conciencia, por encima de lo que es percibido por los cinco sentidos y por el nivel “personal”, denso y primario, de la actividad del cerebro. Se debe buscar el contacto con la sabiduría en sí misma y no con la personalidad externa de ese o aquel instructor.
¿Cuál es, entonces, el verdadero significado que tiene la esperanza de un regreso visible de Jesús?
Desde el punto de vista del alma, la idea simboliza el retorno de los sabios a la convivencia con los humanos, en un plano consciente. Es el regreso de la sabiduría, y la reconquista de la paz y del equilibrio en los asuntos humanos visibles. No hay razón para personalizar indebidamente el retorno. Se trata de recuperar la paz individual y colectiva, y no de pedir un autógrafo o favores personales a algún artista famoso recién llegado del cielo.
“¿Cuándo ocurrirá el regreso?”, preguntan las personas de buena voluntad.
Vale la pena examinar la cuestión. Supongamos que, de hecho, uno de los grandes instructores de la humanidad acepte la tarea de retomar una presencia reconocida y consciente junto a la comunidad humana actual. Adoptemos, también, la hipótesis de que, para la ocasión, él decida aprovechar el clima de confraternización de las fiestas de fin de año, retomando el contacto de tal modo que su presencia física pueda ser fácilmente reconocida por las personas de buena voluntad como la presencia del mismo Jesús del Nuevo Testamento.
¿Se tornará él visible en Nueva York, entrando en la sede de las Naciones Unidas? ¿Conversará allí, en privado, con el secretario general? ¿O surgirá curando enfermos entre los pueblos más pobres y humildes de África? ¿Tal vez el instructor sagrado mande un email a los principales jefes de Estado? ¿Cuáles son las consecuencias políticas, sociales y económicas de su reaparición? Estas preguntas prácticas son incómodas. La aparición pública entre nosotros de un gran ser, un maestro sagrado, podría poner en jaque a los hábitos personales y apegos de muchos. Sacudiría las instituciones y estructuras sociales.
Para investigar lo que ocurriría de verdad si Jesús reapareciese en la próxima víspera de Navidad, el primer paso consiste en rescatar un texto clásico. El escritor ruso Fiódor Dostoievsky describió en 1880 cómo habría sido el retorno físico de Cristo durante el siglo XVI.
Al escribir el relato, titulado “El Gran Inquisidor”, puede que Dostoievsky fuera inspirado desde niveles superiores de conciencia. Un raja yogui de los Himalayas no solo pidió que el fragmento fuese traducido del ruso y publicado en inglés por Helena Blavatsky en 1881, sino que también escribió, en una carta a un discípulo laico:
“La idea de traducir el Gran Inquisidor es mía; porque su autor, sobre el cual ya pesaba la mano de la muerte cuando lo escribía, dio la descripción más real y convincente que jamás se haya dado de la Compañía de Jesús. Hay allí una extraordinaria lección para muchos, e incluso usted puede aprovecharla.” [1]
La narración forma parte de la obra “Los Hermanos Karamázov”, y en ella Dostoievsky describe la aparición del instructor divino entre los habitantes de Sevilla, en España. En esa época, la Inquisición estaba en auge. El Vaticano apresaba, torturaba y mataba en nombre de Jesús. El Inquisidor tenía el poder absoluto en España. Supuestos herejes eran quemados vivos con frecuencia en hogueras públicas, “para la mayor gloria de Dios”, conforme el lema de los jesuitas. ¿Cómo sería, en estas condiciones, el regreso de Cristo?
Según la narración de Dostoievsky, el Maestro decidió volver sin anuncio previo:
“Él apareció dulcemente, sin hacerse notar y – cosa extraña – todos lo reconocieron inmediatamente. (…) Atraído por una fuerza irresistible, el pueblo se comprime mientras él camina, y sigue sus pasos. Silencioso, él pasa entre la multitud con una sonrisa de compasión infinita. Su corazón está inflamado de amor, sus ojos desprenden una Luz, una Ciencia, y una Fuerza que irradian y despiertan amor en los corazones. Les extiende sus brazos y los bendice. Una fuerza curativa emana de su contacto e incluso de su ropaje. Un viejo, ciego desde la infancia, exclama en medio de la multitud: ‘Señor, cúrame y así podré verte’. Una cáscara cae de sus ojos y el ciego puede ver. El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa el suelo por donde ha caminado el Señor. Los niños lanzan flores y gritan ‘¡Hosanna!’ mientras él avanza.” [2]
Los miembros del pueblo repiten emocionados: “es Él, es Él”. Cristo avanza por la plaza de Sevilla y resucita a una chica. En el auge de la emoción popular, surge en la plaza de la ciudad la figura temible del gran Inquisidor. Es un anciano casi nonagenario, con una rigurosa seriedad en el rostro y la expresión de quien no admite ser contrariado. Vestido con una vieja sotana negra, rodeado por su guardia personal, él percibe en un instante lo que está ocurriendo. Ante su mirada severa, la multitud enmudece y se inclina hasta el suelo, reverente y atemorizada. “Tan grande es su poder, y el pueblo está de tal manera acostumbrado a someterse, a obedecerlo temblando, que la multitud, ante los guardias, se aleja inmediatamente”, cuenta Dostoievsky. En medio de un silencio mortal, Cristo es arrestado y llevado a prisión.
Horas después, la puerta de una mazmorra se abre, haciendo ruido. El Inquisidor entra en la celda del prisionero y observa la Cara Santa, como para confirmar la identidad de su interlocutor, y le dice al Maestro:
“¿Eres tú? No digas nada. Cállate. Además, ¿qué podrías decir? No tienes derecho a pronunciar ni una palabra más allá de lo que dijiste una vez. ¿Por qué viniste a estorbarnos? Porque, como bien sabes, tú nos estorbas. Pero, ¿sabes lo que sucederá mañana? Ignoro quién eres y no quiero saberlo: tú, o solamente tu apariencia. Pero mañana te condenaré y serás quemado vivo como el peor de los herejes, y este mismo pueblo que hoy te besaba los pies, mañana, cuando yo dé la señal, alimentará tu hoguera.”
Enfático, el jefe de la Inquisición pronuncia un discurso sacerdotal. Él alega que el “camino estrecho” enseñado por el Maestro no puede ser recorrido en la práctica, pues es demasiado difícil y solo causa sufrimiento, porque es excesivamente verdadero. Afirma que es imposible avanzar de hecho por el camino de la luz y del amor incondicional. Solo una religión autoritaria, en la que el dogma sustituya a la sabiduría, puede dar felicidad al pueblo. Solamente la mentira organizada e institucionalizada puede garantir el orden. La verdad universal no es conveniente.
Cristo se limita a escuchar. Mira a su carcelero con ojos serenos, mientras en sus labios hay una sonrisa de comprensión infinita. La mente del teólogo-carcelero no tiene secretos para él, y sabe de antemano qué frases va a pronunciar. El guardián de la Iglesia condena la libertad individual predicada por Jesús. Los sacerdotes necesitan rebaños. El Inquisidor considera absurda la idea de que cada hombre sea dueño de su propio destino. Él concluye asegurándole al preso que su herejía, y su audacia de reaparecer en público, serán castigadas con la muerte.
Terminadas las largas alegaciones, el Maestro no dice palabra alguna, sino que mantiene su silencio calmo y lleno de paz. Tras unos instantes, Jesús se yergue, mira a su acusador a los ojos y lo abraza. El poderoso Inquisidor se queda sorprendido, confuso, asustado, y lucha por mantener el autocontrol psicológico. La fuerza de la santidad del Maestro parece vencerlo. Él abre con fuerza la pesada puerta de la celda, apunta nerviosamente hacia la salida y le dice a Cristo:
“Vete. Vete y no vuelvas jamás. ¡Nunca más!”
El prisionero no responde. Con la mirada iluminada y los pasos serenos, sale de la celda, pasa por el lado de los guardias y desaparece en la noche oscura.
Este, resumidamente, es el relato de Dostoievsky referente al siglo XVI. ¿Qué ocurriría si Cristo apareciese de manera súbita actualmente, cinco siglos después?
Los desafíos no serían pocos. ¿Quién estaría dispuesto a renunciar a sus dogmas para vivir la enseñanza? El escritor Anthony de Mello, jesuita hereje del siglo XX que fue inspirado por las ideas teosóficas y duramente criticado por el Vaticano, examinó este dilema en un pequeño cuento simbólico, ambientado en una situación posterior al regreso de Cristo.
Mello escribió:
“Se hizo una propuesta, en las Naciones Unidas, acerca de corregir todos los libros sagrados de todas las religiones. Todo lo que en ellos tuviese algún sabor de intolerancia, crueldad o fanatismo debería ser eliminado. Lo mismo se haría con todas y cada una de las partes que atentasen contra la dignidad y el bienestar del hombre. ¡Imaginen el barullo cuando se llegó a saber que la propuesta venía del propio Jesucristo! Los reporteros corrieron a su residencia, ávidos de esclarecimiento. Su explicación fue simple y corta: ‘Las Escrituras, como el Sábado, fueron hechas para el hombre, ¡y no el hombre para las Escrituras!’, dijo él.” [3]
¿Qué sería entonces de las grandes instituciones humanas si Jesús volviese, y no fuese asesinado ni encarcelado? ¿Cuál es el poder revolucionario de su presencia física consciente entre los habitantes del siglo XXI?
Como Jesús es judío, podría reaparecer en medio de un tiroteo, en el auge de un conflicto provocado por el antisemitismo y el odio religioso.
Cuando los disparadores lo ametrallasen, verían que su cuerpo era inmaterial: el Maestro estaría usando solo un cuerpo sutil – una réplica de su cuerpo físico -, el mayavi-rupa de la filosofía esotérica. Él sería perfectamente visible, pero no podría ser tocado ni asesinado.
Después de eso, el Maestro surgiría en las calles de Nueva York con su cuerpo físico denso. Él caminaría en dirección al edificio de la ONU y sería reconocido al atravesar una calle con el semáforo en rojo. Los coches se pararían. Una aura de luz blanca, transparente, rodearía completamente su cuerpo. “Solo puede ser Él”, pensarían las personas inmediatamente.
El atasco de tráfico se expande mientras él avanza. No se oyen bocinas, sin embargo. Los coches son abandonados con las puertas abiertas. Hombres y mujeres se arrodillan al ver al Maestro. Los niños corren hacia Él, quien bendice al pueblo. De cuando en cuando, él deja de caminar por un momento y cura a alguien; le da consejos, le consuela, le enseña. En el portón externo del edificio de las Naciones Unidas, él menciona que quiere hablar con el secretario general, pero le solicitan su documentación. El Maestro explica que no tiene pasaporte; no obstante, avisa de que “no pretende quitarle mucho tiempo al secretario general”.
Se activa el sistema de seguridad: en pocos segundos, el Maestro es rodeado por fuerzas especiales del FBI y detenido para interrogarlo. Cuando las preguntas comienzan, el “extranjero sin documentación” permanece en silencio. Cuando la presión institucional aumenta, el Maestro sonríe, abandona el plano material denso y desaparece en el aire.
Del episodio queda solamente la perplejidad del público y de los policías. Una vez más, los Iniciados tienen claro que no es fácil una aproximación visible y consciente entre ellos y nuestra civilización. El Maestro vuelve al silencio de su retiro en los Himalayas, uno de los lugares sagrados del planeta de donde son inspirados los corazones de buena voluntad de todos los pueblos.
Debido a las limitaciones de la conciencia humana en su etapa actual de evolución, ningún gran instructor puede aparecer en el mundo de esta forma externa y obvia, que genera desagrado e incomprensión. Los Maestros tampoco “canalizan” mensajes verbales a través de los numerosos profetas e intermediarios que hoy se pueden encontrar a cada esquina. Todo “regreso” o “aparición” personalizada, ocurriendo en el plano físico o verbal, es una ilusión.
El Jesús del Nuevo Testamento es un personaje simbólico, no histórico.
La narración de su vida según los evangelios cristianos constituye una bella parábola con lecciones teosóficas, budistas y pitagóricas. Los evangelios conocidos cuentan que Jesús solo fue reconocido como un maestro y comprendido por unos pocos individuos. Incluso entre los pocos, la comprensión del Maestro fue parcial y precaria, como lo ilustran un sinfín de episodios, entre los que se incluyen la traición de Judas y el hecho de que Pedro negó al Maestro tres veces.
Los Inmortales, los Arhats, los Rishis, los Maestros de Sabiduría, ayudan anónima e incesantemente a la humanidad desde hace incontables milenios. Ellos han colocado a nuestra disposición, bajo diferentes lenguajes y ropajes culturales, una sabiduría eterna que contiene respuestas a todos los males humanos. El taoísmo, el budismo, el hinduismo, el judaísmo, el islamismo, el cristianismo y las diversas filosofías y tradiciones de distintas épocas contienen lecciones de suprema belleza y eficacia. Para realmente aprovecharse de ellas, basta con trascender el dogmatismo y el emocionalismo que tienden a personalizar indebidamente lo que es sagrado.
Las diferentes personificaciones de la sabiduría – entre ellas las figuras de Cristo, Krishna, Buddha y Lao-tzu – funcionan como señales de la existencia de seres perfeccionados. Tales Maestros no tienen vida pública. Ellos preservan cuerpos físicos, pero viven anónimamente, alejados de la vida social, y trabajan en un plano de conciencia elevado, en el que las palabras no son necesarias, aunque pueden ser usadas.
En un nivel subjetivo, las imágenes públicas de los instructores pueden sintetizar nuestras mejores aspiraciones hacia la virtud y la sabiduría. Las imágenes conscientes con las que las personas de buena voluntad piensan en tales instructores son, en parte, proyecciones creadas a partir de la divinidad presente en el alma humana. Sin embargo, no deben ser entendidas de modo literal.
Existe en cada ser humano una semilla divina, la cual debe germinar. Esotéricamente, el verdadero “regreso” o “reaparición” de Cristo es el proceso de renacimiento en el alma humana de este nivel universal de conciencia. Sobre el retorno de Jesús, el Evangelio según Mateo afirma:
“Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes. Así que, si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los aposentos, no lo creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre.” (Mateo, 24: 23-27)
La luz de la sabiduría viene de Oriente, de hecho. Pero, en la última frase de esta citación, la palabra griega parusia, traducida como “venida”, significa, en realidad, presencia. La frase afirma que la presencia de Cristo será percibida como un relámpago de este a oeste, esto es, en todo el mundo. Helena Blavatsky, la fundadora del movimiento teosófico moderno, escribió que este pasaje tiene un doble significado.
En primer lugar, la expresión “Venida de Cristo” significa en verdad la presencia de la conciencia crística “en un mundo regenerado y no, de ninguna manera, la venida corporal de Jesucristo”.
En segundo lugar, este “Cristo” no debe ser buscado “ni en el desierto ni en lugares retirados, ni en el santuario de algún templo o iglesia construida por el hombre, porque Cristo – el verdadero Salvador esotérico – no es un hombre, sino el Principio Divino en cada ser humano”.
Para Helena Blavatsky, es un error ver a Cristo literalmente como un ser humano, pero la imagen puede ser usada en el plano simbólico. Ella prosigue:
“Aquel que se esfuerza por promover la resurrección del Espíritu crucificado en sí mismo por sus propias pasiones terrenas, y enterrado profundamente en el sepulcro de su propia carne; aquel que tiene fuerza para empujar la piedra de la materia lejos de la puerta de su propio santuario interno; es él quien hace despertar a Cristo en sí mismo.” [4]
Desde hace miles de años, en las más diferentes tradiciones, el cielo simboliza el mundo del alma espiritual y la conciencia elevada.
La reaparición de Cristo “sobre las nubes del cielo” (Mateo, 24:30) significa que el Maestro interior y la sabiduría divina resurgirán primero en los niveles superiores de la mente humana, esto es, en el plano de la inteligencia espiritual, de la fraternidad universal y del amor incondicional a la verdad.
En este sentido, Cristo no es una persona, sino la luz de la Ley del Universo. El “regreso” de él debe ocurrir como un renacimiento en cada corazón humano. De hecho, cualquier gran instructor de la humanidad solo podrá aparecer en el mundo externo – y ser interiormente reconocido – cuando haya en nosotros la pureza, la ética y la verdad que forman la esencia del sentimiento religioso y filosófico. Como dice 2 Corintios 6:16:
“¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente…”
La gran oportunidad delante de nosotros es, pues, la tarea de la autotransformación. La Navidad que conmemoramos cada fin de año simboliza el resurgimiento periódico de la esperanza de redención individual y colectiva; significa la renovación cíclica de nuestro aprendizaje, y también la decisión de nacer de nuevo a partir de la conciencia del Maestro interior, el alma inmortal, que vive en unidad con el universo.
Mientras el aspecto externo de la Navidad se desarrolla, tiene lugar un renacimiento interior. El intercambio de regalos y otras celebraciones visibles reflejan externamente la renovación de la conciencia de la vida en el plano del corazón.
Cuando miramos más allá de las formalidades vemos que cada Navidad trae – en la medida de nuestras posibilidades – el regreso interno de Cristo, de Buddha y de otros grandes instructores.
En esta época del año, un sentimiento de paz ilumina la mente humana “como un relámpago que sale de Oriente”. Él ilumina el planeta entero; cura los sufrimientos de las almas y las prepara para un nuevo ciclo anual.
No preguntes, pues, cuándo, o dónde, se dará el regreso de Cristo. El regreso de Cristo se dará en tu mente y tu corazón, en esta exacta Navidad y en este Año Nuevo, y siempre y cuando estés preparado para tal regreso.
Es de la conciencia de cada ciudadano de buena voluntad que el gran Adviento se irradia, estimulando la regeneración y la renovación de todas las formas de vida.
NOTAS:
[1] “Las Cartas de los Mahatmas”, Editorial Teosófica, Barcelona, 1994, 772 páginas, véase la carta 27, pp. 298-299. El libro está disponible en nuestros sitios web asociados.
[2] “Os Irmãos Karamázovi”, de Fiódor Dostoievsky, Ed. Nova Cultural, Círculo do Livro. Véase el Capítulo V del Libro V, pp. 203-217. En algunos detalles, sigo la traducción hecha por Helena Blavatsky directamente del ruso y publicada en la revista The Theosophist, India, edición de noviembre de 1881.
[3] “O Canto do Pássaro”, de Anthony de Mello, Edições Loyola, SP, 1995, p. 61.
[4] “Collected Writings”, Helena P. Blavatsky, TPH, EUA-India, volumen VIII, pp. 172-173.
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El artículo “Si Cristo Vuelve Esta Navidad” es una traducción del portugués y ha sido hecha por Alex Rambla Beltrán, con apoyo de nuestro equipo editorial, del cual forma parte el autor. Título original y link: “Se Cristo Voltar Neste Natal”. La publicación en español ocurrió el 21 de diciembre de 2018.
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Vea en nuestros sitios web asociados los artículos “La Navidad Como Lección de Vida”, “Sobre Contactos Con Maestros” y “Jesucristo, el Guerrero de la Verdad”.
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