Sobre los Túneles y los Caminos
Subterráneos Secretos de los Andes
Helena P. Blavatsky
Las ruinas de que están cubiertas ambas Américas, y las que se encuentran en muchas islas de la India occidental, son todas ellas atribuidas a los sumergidos Atlantes. Así como los hierofantes del antiguo mundo, que, en los tiempos de la Atlántida, podían comunicarse con el nuevo mundo por tierra firme, así también los magos del país actualmente sumergido poseían una red de pasadizos subterráneos que corrían en todas direcciones. A propósito de estas misteriosas catacumbas, queremos relatar aquí una curiosa historia que nos contó un peruano, que murió hace ya mucho tiempo, cuando viajábamos juntos por el interior de su país. Algo de verdad debe tener tal historia, puesto que nos la confirmó posteriormente un caballero italiano, que había visto el lugar en cuestión, pero que por falta de medios y de tiempo tan solo había podido verificar por sí mismo dicha historia, por lo menos en parte. El que dio la noticia al italiano era un viejo sacerdote al cual un indio peruano le había comunicado el secreto en confesión. Debemos añadir, por otra parte, que el sacerdote se vio obligado a hacer esta revelación, por encontrarse entonces completamente bajo la influencia mesmérica del viajero.
La historia se refiere a los famosos tesoros del último de los Incas.
El peruano aseguraba que desde el célebre y cobarde asesinato del último Inca cometido por Pizarro, el secreto era conocido por todos los indios, excepto por los mestizos, de quienes no se podía fiar. Es como sigue: el Inca fue hecho prisionero, y su esposa ofreció por su rescate una sala llena de oro “desde el pavimento arriba hasta donde pudiese alcanzar el conquistador”, y antes de la puesta de sol del tercer día. Ella cumplió su promesa, pero Pizarro faltó a su palabra, según la costumbre española. Maravillado a la vista de tales tesoros, el conquistador declaró que no soltaría a su prisionero, sino que le mataría, a menos que la reina revelase de dónde procedía dicho tesoro. Él había oído decir que los Incas poseían en algún sitio una mina inagotable, un túnel o camino subterráneo que se extendía por debajo de tierra en una longitud de muchas millas, y en donde se acumulaban las riquezas del país. La desgraciada reina pidió una prórroga, y fue a consultar los oráculos. Durante el sacrificio, el jefe de los sacerdotes le hizo ver en el consagrado “espejo negro” [1] la muerte inevitable de su esposo, tanto si entregaba los tesoros de la corona a Pizarro, como si no los entregaba. Entonces la reina dio orden de cerrar la entrada, que era una puerta cortada en el muro de roca de un barranco. Bajo la dirección del sacerdote y de los magos, dicho barranco fue llenado hasta el borde con enormes masas de piedra, y la superficie cubierta de manera que ocultase la obra. El Inca fue asesinado por los españoles, y aquella desgraciada reina se suicidó. Los codiciosos españoles quedaron así chasqueados, y el secreto de los tesoros enterrados lo guardaron en sus pechos unos pocos peruanos fieles.
Nuestro informante peruano añadió que, a consecuencia de ciertas indiscreciones varias veces repetidas, diferentes Gobiernos habían mandado personas en busca del tesoro con el pretexto de hacer exploraciones científicas. Han registrado el país por completo, pero sin lograr lo que querían. Hasta este punto, los informes del Dr. Tschuddi y otros historiadores del Perú confirman esta tradición. Pero existen algunos otros detalles, de los cuales no tenemos noticia que hayan pasado al dominio público antes de ahora.
Varios años después de haber oído tal historia y su confirmación por aquel caballero italiano, visitamos de nuevo el Perú. Yendo desde Lima hacia el sur, por mar, llegamos, cuando ya se ponía el sol, a un punto cercano a Arica, y nos llamó la atención una enorme roca, casi cortada a pico, que permanecía en triste soledad en la costa, separada de la cordillera de los Andes. Era la tumba de los Incas. Al iluminar los postreros rayos del sol poniente la superficie de la roca, pueden distinguirse, con ayuda de unos gemelos ordinarios, algunos curiosos jeroglíficos grabados en la superficie volcánica.
Cuando Cuzco era la capital del Perú, tenía un templo del sol, famoso en todas partes por su magnificencia. Estaba cubierto de gruesas planchas de oro, y las paredes estaban revestidas con el mismo precioso metal; sus cornisas eran también de oro macizo. En el muro occidental, los arquitectos habían practicado una abertura dispuesta de tal modo, que cuando los rayos del sol daban en ella, los concentraba en el interior del edificio. Extendiéndose a manera de dorada cadena desde un punto brillante a otro, daban la vuelta a los muros iluminando a los deformes ídolos, y poniendo de manifiesto ciertos signos místicos que en otras ocasiones eran invisibles. Únicamente comprendiendo estos jeroglíficos (idénticos a los que pueden verse hoy día sobre la tumba de los Incas) era como podía uno saber el secreto del túnel y de sus entradas. Había una de estas en las cercanías de Cuzco, estando ahora oculta y siendo imposible de descubrir. Conduce directamente a un inmenso túnel que va de Cuzco a Lima, y que, torciéndose después hacia el sur, se extiende por Bolivia. En cierto punto el túnel está cortado por una tumba real. En el interior de esta cámara sepulcral hay dos puertas ingeniosamente dispuestas, o más bien, dos enormes losas que giran sobre unos goznes, y que cierran de un modo tan perfecto, que únicamente pueden distinguirse de las demás porciones de los muros esculpidos, por medio de algunos signos secretos, cuya clave poseen sus fieles custodios. Una de estas losas giratorias cierra la boca meridional del túnel de Lima, y la otra el extremo septentrional del pasadizo de Bolivia. Este último, dirigiéndose hacia el sur, pasa por Tarapaca y Cobija [2], porque Arica no dista mucho del pequeño río llamado Pay’quina [3], que constituye la frontera entre el Perú y Bolivia.
No lejos de este punto existen tres picos aislados que forman un curioso triángulo; están comprendidos en la cadena de los Andes. Según la tradición, la única entrada practicable del pasadizo que se dirige al norte está en uno de estos picos; pero sin poseer el secreto de sus puntos de mira, en vano un ejército de Titanes arrancaría las rocas con objeto de encontrarla. Pero aun suponiendo que alguno descubriese la entrada y llegase por el corredor hasta la losa giratoria del sepulcro y quisiese derribarla, las rocas que hay en la parte superior están dispuestas de manera que pueden cegar la tumba, sepultando sus tesoros y – como nos decía el misterioso peruano – “a un millar de guerreros”, en una general ruina. La cámara de Arica no tiene otro acceso que por la puerta de la montaña inmediata al Pay’quina. En toda la extensión del pasadizo, desde Bolivia a Lima y Cuzco, existen unos escondrijos muy pequeños, repletos de oro y piedras preciosas, acumulados por muchas generaciones de Incas y cuyo valor total es incalculable.
Tenemos en nuestro poder un plano exacto del túnel, del sepulcro y de las puertas, que en aquella ocasión nos fue ofrecido por el viejo peruano. Si alguna vez hubiésemos pensado aprovecharnos de tal secreto, habría sido necesaria la cooperación de los Gobiernos del Perú y de Bolivia, en gran escala. Pasando por alto los obstáculos materiales, ningún individuo o pequeña partida podría emprender una exploración semejante, sin encontrarse con el ejército de forajidos y contrabandistas que infestan aquella costa, y que, de hecho, comprende a casi toda la población. El mero trabajo de purificar el aire mefítico del túnel, en el cual no se ha entrado desde hace siglos, sería una empresa de consideración. Comoquiera que sea, allí permanece el tesoro, y allí permanecerá según la tradición, hasta que el último vestigio de dominación española desaparezca de toda la América, tanto del norte como del sur.
NOTAS:
[1] Estos “espejos mágicos”, generalmente negros, son una prueba más de la universalidad de una misma creencia. En la India, estos espejos se preparan en la provincia de Agra y también se fabrican en el Tíbet y en la China. Los encontramos en el antiguo Egipto, de donde, según el historiador indígena citado por Brasseur de Bourbourg, los antecesores de los Quichés los llevaron a México. Los peruanos adoradores del sol también los usaban. Cuando desembarcaron los españoles, dice el historiador, el rey de los Quichés ordenó a sus sacerdotes que consultasen el espejo, con el objeto de saber el destino de su reino. “El demonio reflejó lo presente y lo futuro como en un espejo”, añade el mismo. (De Bourbourg: Mexique, p. 184). (Nota de HPB)
[2] En la primera edición de la obra (1877), tenemos “Trapaca” y “Cobijo”. Boris de Zirkoff corrige los términos para Tarapaca y Cobija en su edición revisada de “Isis” (TPH, 1972; Quest, 1994; segunda impresión de la edición Quest, año 2000). (CCA)
[3] Pay’quina o Payaquina, llamado así porque sus aguas solían arrastrar partículas de oro, procedentes del Brasil. En un puñado de arena que llevamos a Europa, encontramos unos pocos granitos de metal puro. (Nota de HPB)
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El texto anterior es un fragmento del libro “Isis Sin Velo”, de Helena P. Blavatsky, traducción de Francisco Montoliú, imprenta y litografía de José Casamajó, Barcelona, España, 1901, tomo I, pp. 737-741. En la versión original en inglés, el fragmento aparece en las páginas 595-598.
La publicación de “Los Tesoros del Inca” en los sitios web de la Logia Independiente de Teósofos ocurrió el 16 de agosto de 2023.
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