La Dimensión Filosófica de Jorge Luis Borges
Carlos Cardoso Aveline
Jorge Luis Borges charla con Carlos en un restaurante de Buenos Aires, en los años 70
En octubre de 1977 yo vivía en Argentina. Un periodista peruano que visitaba Buenos Aires consiguió, gracias a mi ayuda indirecta, una entrevista con el escritor Jorge Luis Borges. La amiga que obtuvo la conversación privada insistió en invitarme: yo tenía que ir con ellos.
“Será un placer”, respondí.
Atardecía cuando nosotros tres llamamos al portero electrónico, en el pequeño edificio de la calle Maipú, en el centro de la ciudad. Al contestar, la ama de casa dijo:
“El señor salió, pero ordenó decir que no tardaría. ¿Pueden volver dentro de 15 minutos?” La espera no duró mucho. Diez minutos más tarde un Galaxie aparcó junto a la acera opuesta, y el conductor ayudó al escritor de 78 años, ciego y tambaleante, mientras él comenzaba a atravesar la calle transitada y en obras. El tráfico paró, reverentemente. Borges era un símbolo nacional, un sabio, casi un santo. Todos querían escucharlo, y en las calles no había nadie que no lo reconociese. Aunque sus opiniones políticas paradójicas desagradaban a muchos, él brillaba como un rayo de sol en medio de la noche negra de la dictadura militar y de la violencia autoritaria.
El escritor avanzó paso a paso y con la ayuda de un bastón, tanteando el terreno incierto sobre sus pies, mientras mantenía la mirada siempre fija en lo alto. Después de completar la travesía, paró frente a su puerta y tomó, temblando, una llave del bolsillo. Buscó con los dedos el agujero de la cerradura, mientras el conductor lo sostenía, y finalmente abrió la puerta del edificio.
Estaba allí la personalidad más polémica de Argentina. Su apoyo al general chileno Augusto Pinochet y su opinión escéptica con relación a la celebración de elecciones en su propio país merecían destaque en el periodismo de Buenos Aires, donde muchas cosas no podían decirse. Pero por detrás de las apariencias, como yo sabría más tarde, el viejo y sabio escritor estaba, misteriosamente, emitiendo señales que preparaban un renacimiento de la paz. Sacaba a flote energía positiva del inconsciente colectivo, y plantaba semillas para una cultura basada en la ética.
A través de incontables conferencias y entrevistas, Borges recreaba a su propia persona. Se construía a sí mismo en público como un gran personaje salido de las páginas de algún libro mágico. Fascinaba con sus paradojas, su humor e ironía profunda con relación a los diversos aspectos de la vida: política, literatura, turf o fútbol. En su actitud, colocaba siempre en primer lugar el asombro ante la vida y, en distante segundo plano, los hechos, opiniones y circunstancias que rodean a cada ser humano.
Hablaba prolongadamente de su árbol genealógico, de su sensación de que el tiempo es cíclico y la realidad laberíntica. En su talentoso monólogo, la intervención de tal o cual periodista era frecuentemente dispensable, aunque en verdad tampoco llegase a perjudicar. El habla de Borges estaba entreverada con largos silencios en los que él miraba al vacío con una expresión de profundo esfuerzo estampada en el rostro, mientras parecía buscar la mejor palabra o manera de decir algo. Pero era un habla tan abundante y encantadora que aceptaba fácilmente las interrupciones e incluso algunos cambios aparentes de tema. En el fondo, no obstante, Borges estaba siempre hablando de sí mismo, esto es, de su mundo, del universo según su sensibilidad.
Durante nuestra conversación, me chocó la inutilidad de las palabras. El silencio parecía más elocuente. La percepción de mi propia ignorancia limitaba el diálogo verbal de mi parte. La presencia de Borges parecía aplastante, porque imponía a sus interlocutores una atención total y profunda ante cualquier tema que fuese abordado. Yo estaba impresionado por la sensación de que las palabras hacían más ruido de lo que comunicaban, y de que Borges dominaba el arte de conversar en silencio.
“¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?”
“No me acuerdo de una época en que no supiese leer y escribir. Si me dijeran que esas son condiciones innatas, inherentes al hombre desde su nacimiento, yo lo acreditaría, basado en mi experiencia personal. Me crié en la biblioteca de mi padre, compuesta en gran parte por libros ingleses. Leí los cuentos de los hermanos Grimm, leí a Kipling y más tarde los cuentos de Andersen. Me crié leyendo”.
Borges elogió al poeta norteamericano Walt Whitman. Dijo que George Orwell, autor de la novela futurista “1984” (publicada en 1948) y de la parábola sobre la revolución rusa “Rebelión en la granja”, había sido un tanto pretencioso, y lo acusó de tener poca imaginación. Para un buen entendedor, Borges – un habitante del mundo de los sueños – criticaba a Orwell por no haber ido más allá de denunciar, con realismo y amargura certera, las ideologías opresoras de la primera mitad del siglo XX.
No conocía a Khalil Gibran, ni tampoco a Krishnamurti, una influencia de mi juventud. Borges se lamentó: desde la década de 1950, ya no podía leer, debido a la ceguera gradual que le había traído a los ojos las sombras de la noche.
“El hombre se ve frecuentemente indefenso ante una realidad externa que es muy compleja”, dije yo. “Él arma, entonces, esquemas y racionalizaciones para interpretar esa realidad. La historia humana es la historia de esos intentos racionalizadores que tantas veces fracasan. ¿Usted piensa que tales intentos tienen algo de ilusorio en su origen, que su validez es solo parcial?”
Estaba queriendo hacer aquí una crítica krishnamurtiana, y zen, de las ideologías políticas. Pero la respuesta fue corta.
“No”, dijo Borges. “Lo que ocurre es que esas racionalizaciones son parte de la realidad que ellas quieren explicar. Nosotros vivimos de los sueños de los muertos, de los esquemas de los muertos. El mundo puede parecer un caos, pero nosotros tratamos de que sea un cosmos, un orden”.
La conversación debía durar sesenta minutos, pero se prolongó durante más de cuatro horas. Por coincidencia, el escritor se libró de un compromiso y nos invitó a cenar en un restaurante simple, a una manzana de distancia.
Su cena consistió en arroz puro con queso rallado, y una banana de postre. Fue interrumpido varias veces por personas que pedían autógrafos. Escribía su nombre completo, la mano temblorosa haciendo una letra de persona semialfabetizada.
Borges escribió un libro sobre Buda, en coautoría con Alicia Jurado. [1] Entre sus autores preferidos estaba William James, respetado por los estudiosos de ocultismo. Investigó y escribió sobre la Cábala. Fue admirador de Emanuel Swedenborg, el gran místico sueco del siglo XVIII. Uno de sus libros más interesantes es “Historia de la Eternidad”, en el que discute la teoría oriental de los ciclos y la idea del tiempo circular. En una conferencia sobre la inmortalidad, Borges citó repetidamente a Pitágoras, haciendo un elogio de su doctrina sobre la transmigración del alma (reencarnación), e investigando la sabiduría de Sócrates y Platón. [2] La dimensión trascendente de Borges se volvió más clara en los últimos años de su vida.
“A Bernard Shaw le preguntaron una vez si creía que el Espíritu Santo había escrito la Biblia”, dijo Borges en una charla pública. “Y Shaw contestó: ‘Todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el Espíritu’.” [3]
De hecho, Borges percibía al libro como algo casi mágico. Aunque estaba ciego – podía distinguir solamente la figura de alguien en frente suyo – seguía comprando libros.
“Yo tengo ese culto del libro. Puedo decirlo de un modo que puede parecer patético y no quiero que sea patético; quiero que sea como una confidencia que les realizo a cada uno de ustedes; no a todos, pero sí a cada uno, porque todos es una abstracción y cada uno es verdadero. Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros. Los otros días me regalaron una edición del año 1966 de la Enciclopedia de Brockhaus. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver; y sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.” [4]
Borges escribió:
“De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.” [5]
Polémicas aparte, ¿cuáles eran las ideas políticas de Borges? En la entrevista con nosotros en 1977, dijo que en el fondo se consideraba un anarquista. Algunos años después, afirmó que veía el mundo entero como una comunidad. Sobre el nacionalismo, dijo: “Es el mayor de los males de nuestro tiempo. Desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de una mitología peculiar, de derechos, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y de mapas. Mientras dure este arbitrario estado de cosas, serán inevitables las guerras. (…) En Grecia, donde cada hombre se definía por su ciudad – Heráclito de Éfeso, Apolonio de Rodas, Zenón de Elea -, los estoicos se declararon cosmopolitas, ciudadanos del mundo. Debemos tratar de ser dignos de ese antiguo propósito.” [6]
Y afirmó a otro periodista, tras hablar de la derrota en la guerra de las Malvinas y la reforma de las fuerzas armadas argentinas:
“Usted debería insistir en el hecho de que soy un pacifista. En este país había ochenta y dos generales, que fueron reducidos a cuarenta: ahora hay pues un exceso de cuarenta generales. No hay ninguna razón para que los militares gobiernen un país, es tan absurdo como que lo hagan los escritores o los dentistas.” [7]
Sobre la rutina de las creencias religiosas y los partidos políticos, Borges afirmó:
“El hombre, por lo general, es muy haragán y prefiere que otros asuman la responsabilidad de sus actos. Profesar una religión o afiliarse a un partido o una doctrina es un buen pretexto para no pensar.” [8]
El cineasta Ruy Guerra contó que Borges, ya casi con 80 años, pasó cierta vez tres días intensos dando conferencias, participando en almuerzos y recibiendo homenajes en la capital de México. Después de todo eso, solo tenía un día libre antes de volver a Buenos Aires. Borges pidió a un amigo argentino que vivía en la capital de México que lo llevase a las pirámides aztecas en Yucatán. El amigo le explicó al viejo escritor ciego que se trataba de un viaje extremadamente agotador, entre taxis y aviones. Habrían de viajar el día entero, y solo podrían quedarse una hora en el lugar donde estaban las pirámides. Pero Borges no cambió de idea, y fueron a Uxmal. Frente a la pirámide azteca del siglo X, el escritor se sentó sobre una piedra, con el mentón apoyado sobre el viejo bastón, los ojos fijos en algún lugar desconocido. Se levantó exactamente una hora más tarde. Al final del paseo calificó la visita a la pirámide de “inolvidable”. [9] Sus ojos vacíos brillaban, pero nadie sabe qué vio o percibió allá.
“¿Qué es el tiempo?”, preguntó Borges durante una conferencia pública en Buenos Aires. “No sé si al cabo de veinte o treinta siglos de meditación hemos avanzado mucho en el problema del tiempo. Yo diría que siempre sentimos esa antigua perplejidad, esa que sintió mortalmente Heráclito en aquel ejemplo al que vuelvo siempre: nadie baja dos veces al mismo río. ¿Por qué nadie baja dos veces al mismo río? En primer término, porque las aguas del río fluyen. En segundo término – esto es algo que nos toca metafísicamente, que nos da como un principio de horror sagrado -, porque nosotros mismos somos también un río, nosotros también somos fluctuantes. El problema del tiempo es ése. Es el problema de lo fugitivo: el tiempo pasa.” [10]
Poco después, en esta conferencia, Borges retomó el tema de la transmigración o reencarnación. Y añadió:
“Quizás seríamos a un tiempo, como creen los panteístas, todos los minerales, todas las plantas, todos los animales, todos los hombres. Pero felizmente no lo sabemos. Felizmente, creemos en individuos. Porque si no estaríamos abrumados, estaríamos aniquilados por esa plenitud.”
Para Borges, el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. “El tiempo es sucesivo porque habiendo salido de lo eterno quiere volver a lo eterno. Es decir, la idea de futuro corresponde a nuestro anhelo de volver al principio. Dios ha creado el mundo; todo el mundo, todo el universo de las criaturas, quiere volver a ese manantial eterno que es intemporal, no anterior al tiempo ni posterior; que está fuera del tiempo.”
En el final de su vida, de cierto modo, Borges tenía la sensación de que el tiempo no había transcurrido. Dos años antes de morir, él, que había nacido entre libros, visitó la capital de São Paulo y, entre una conferencia y otra, confesó:
“Aunque he recorrido el mundo todo, tengo la impresión de que nunca salí de la biblioteca de mi padre.” [11] La figura del padre, para él, tenía algo de arquetípico. Su padre era también su maestro.
Una vez le preguntaron si creía en Dios. “No creo en Dios, no lo consigo”, contestó. “Pero un día mi padre dijo que este universo es tan raro que puede ser, súbitamente, que la Santísima Trinidad exista. No consigo creer en la persona de Dios, pero logro creer en un Dios que está siendo hecho, como dijo Bernard Shaw, un Dios que trabaja a través de nosotros, a través de las plantas y de los animales.” [12]
Cuando le preguntaron si aceptaba que lo llamaran genio, se defendió:
“Los que dicen eso son calumniadores. Soy simplemente un hombre lúcido, sin valor y con pocas esperanzas. No se puede esperar muchas cosas en mi edad. Solamente me gustaría poder ver más moralidad, más ética a mi alrededor. Pienso que eso es esencial. En otros planos y esferas, la economía siempre encontrará alguna solución.” [13]
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Algunas Palabras de Borges
1. De “Fragmentos de un Evangelio Apócrifo”:
* “No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.”
* “Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena….”.
[“Elogio de la Sombra”, en el volumen “Jorge Luis Borges, Obras Completas”, Emecé Editores, Buenos Aires, 1974, 14ª edición, 1161 pp., ver pp. 1011 y 1012 respectivamente.]
2. De un Relato Sobre Sí Mismo:
* “Ya no considero inalcanzable la felicidad como me sucedía hace tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero nunca hay que buscarla. En cuanto al fracaso y la fama, me parecen irrelevantes y no me preocupan. Lo que quiero ahora es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad. Y aunque parezca demasiado ambicioso, la sensación de amar y ser amado”.
[“Jorge Luis Borges: Autobiografía”, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1999, p. 154.]
NOTAS:
[1] “Qué es el Budismo”, Jorge Luis Borges y Alicia Jurado, Alianza Editorial. También publicado por Emecé Editores. Edición en Brasil, bajo el título “Buda”, trad. de Cláudio Fornari, ed. Difel, SP, 1977, 103 páginas.
[2] “Borges, Oral”, Emecé Editores/Editorial Belgrano, Buenos Aires, 1979, 105 pp., pp. 27 a 41.
[3] “Borges, Oral”, Emecé Editores/Editorial Belgrano, Buenos Aires, 1979, 105 pp., ver pp. 17-18.
[4] “Borges, Oral”, obra citada, p. 23.
[5] “Borges, Oral”, obra citada, p. 13.
[6] “Diálogos”, Jorge Luis Borges e Néstor J. Montenegro, Nemont Ediciones, Buenos Aires, 1983, 93 pp., ver pp. 24-25.
[7] Periódico quincenal “La Gaceta Porteña”, Buenos Aires, Año 1, número 1, de 9 de marzo 1984, ver p. 02. Entrevista de Borges con el periodista Rodolfo Balocco.
[8] “Diálogos”, obra citada, p. 73.
[9] Diario “O Estado de S. Paulo”, 22 mayo 1994, artículo de Ruy Guerra bajo el título “O Velho Escritor Cego e a Pirâmide Azteca”.
[10] “Borges, Oral”, obra citada, p. 85. Las dos citaciones siguientes son de la página 88 (en que menciona a los panteístas) y de las páginas 94-95, en que menciona “el tiempo sucesivo”.
[11] Traducido del texto “Borges em São Paulo – Idéias e Pesadelos do Grande Escritor”, publicado en el diario “Zero Hora”, de Porto Alegre, Brasil, edición de 15 de agosto de 1984.
[12] “South”, revista mensual publicada en el Reino Unido, edición de noviembre de 1984, pp. 110-111, reportaje del corresponsal Edgardo Antoñana, de Buenos Aires: “Dreamer Among Books Without Words”. Ver la p. 111.
[13] Revista “South”, publicación citada, p. 111.
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El artículo “Borges, el Sabio Ciego en la Biblioteca” es una traducción del capítulo “Borges, o Sábio Cego na Biblioteca”, del libro “Conversas na Biblioteca, um diálogo de 25 séculos”, de Carlos Cardoso Aveline, Edifurb, Blumenau, SC, Brasil, 2007, 170 páginas. La traducción es de Alex Rambla Beltrán, con apoyo de nuestro equipo editorial, del cual forma parte el autor. La publicación ocurrió el 19 de septiembre de 2018.
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El 14 de setiembre de 2016, un grupo de estudiantes decidió crear la Logia Independiente de Teósofos. Dos de las prioridades de la LIT son aprender lecciones prácticas del pasado y construir un futuro saludable.
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