La Primera Regla Para los Candidatos al
Discipulado es: “Antes de Desear, Trata de Merecer”
 
 
Helena P. Blavatsky
 
 
 
 
 
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Nota Editorial:
 
El presente artículo fue publicado por
primera vez en el Suplemento de “The
Theosophist”, en la India, en julio de 1883. Este
texto extraordinario está incluido también en
“Theosophical Articles”, H. P. Blavatsky, Theosophy
Company, Los Angeles, 1981, volumen I, pp. 308-314.
Hemos añadido algunas notas explicativas.
 
(Carlos Cardoso Aveline)
 
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El chela no solo es llamado a enfrentar
todas las malas inclinaciones latentes de
su naturaleza, sino también todo el poder
maléfico acumulado por la comunidad
y la nación a las que pertenece.
 
 
 
Como la palabra “chela”, entre otras, ha sido introducida por la teosofía en la nomenclatura de la metafísica occidental, y la circulación de nuestra revista [1] se amplía constantemente, será correcto dar una explicación más clara sobre el significado de este término y las reglas del chelado, en beneficio de nuestros miembros europeos, si no de los orientales.
 
Un “chela” es alguien que se ha ofrecido como alumno para aprender de manera práctica los “misterios ocultos de la naturaleza y los poderes psíquicos latentes en el hombre”. El instructor espiritual al que propone su candidatura se llama gurú en la India, y el gurú verdadero es siempre un Adepto de la ciencia oculta, un hombre que posee un profundo conocimiento, tanto exotérico como esotérico (especialmente este último); alguien que controla su naturaleza carnal por medio de la VOLUNTAD, y que ha desarrollado el poder (Siddhi) de controlar las fuerzas de la naturaleza y la capacidad de averiguar sus secretos gracias a la ayuda de los poderes de su ser, antes latentes, pero ahora activos.
 
Ofrecerse como candidato al chelado es bastante fácil; convertirse en Adepto es la tarea más difícil que un hombre podría emprender. Hay muchos poetas, matemáticos, mecánicos, estadistas, etc., que son “natos”, pero un Adepto nato es algo prácticamente imposible. Porque, aunque en muy raras ocasiones oímos hablar de alguien que tiene una capacidad innata extraordinaria para adquirir conocimiento y poder ocultos, incluso él tiene que superar las mismas pruebas y someterse al mismo autoentrenamiento que otros aspirantes menos dotados. En este asunto, es muy cierto que no hay un camino especial por el que los favoritos puedan viajar.
 
Durante siglos, la selección de los chelas – fuera del grupo hereditario del interior del gon-pa (templo) – ha sido llevada a cabo por los Mahatmas de los Himalayas de entre los místicos naturales, numerosos en el Tíbet. Las únicas excepciones han sido los casos de hombres occidentales como Fludd [2], Thomas Vaughan, Paracelso, Pico della Mirandola, el conde de Saint Germain, etc., cuya afinidad temperamental con esta ciencia celestial forzó, en mayor o menor medida, a los distantes Adeptos a entablar una relación personal con ellos, y les permitió obtener una parte, pequeña o grande, de la verdad total, según las posibilidades de sus contextos sociales.
 
En el capítulo sobre “las leyes de los Upasanas” del libro IV de Kiu-te, aprendemos que los requisitos esperados en un chela eran:
 
1. Perfecta salud física.
 
2. Absoluta pureza mental y física.
 
3. Propósito inegoísta, caridad universal, compasión por todos los seres animados.
 
4. Sinceridad y fe inquebrantable en la ley del karma, independiente de toda fuerza natural que pueda intervenir; una ley cuya acción no puede ser obstruida por ningún agente, ni puede ser desviada por medio de rezos o ceremonias exotéricas propiciatorias.
 
5. Coraje firme en cualquier emergencia, incluso cuando la vida corre peligro.
 
6. Percepción intuitiva de que uno es el vehículo de la manifestación de Avalokiteshvara, o Atman Divino (Espíritu).
 
7. Serena indiferencia hacia (pero también una justa apreciación de) todo lo que constituye el mundo objetivo y transitorio, en su relación con las regiones invisibles.
 
Estas, por lo menos, deben haber sido las recomendaciones para quien aspira al chelado perfecto. Con la única excepción del primer punto, que en casos raros y excepcionales puede ser modificado, se ha insistido invariablemente en cada uno de estos puntos, y todos ellos deben haber sido desarrollados, en mayor o menor medida, en la naturaleza interna del chela a través de sus propios ESFUERZOS SIN AYUDA, antes de que él pueda ser puesto a prueba.
 
Cuando el asceta, en su evolución autónoma – independientemente de si está dentro o fuera del mundo activo –, se haya situado, de acuerdo con su capacidad natural, encima de (y, por tanto, se haya convertido en maestro de) su 1) Sharira, cuerpo; 2) Indriya, sentidos; 3) Dosha, defectos; 4) Dukkha, dolor; y esté listo para volverse uno con su Manas, mente; Buddhi, intelecto, o inteligencia espiritual; y Atma, el alma más elevada, es decir, el espíritu… cuando esté listo para esto y, además, para reconocer en Atma al gobernante supremo del mundo de las percepciones, y en la voluntad a la energía (poder) ejecutiva más elevada, entonces podrá ser tomado bajo la tutela de un Iniciado, de acuerdo con las reglas consagradas por el tiempo. Podrá mostrársele entonces el camino misterioso en cuyo lejano final se le enseña al chela el discernimiento infalible de Phala, los frutos de las causas producidas, y se le dan los medios para alcanzar Apavarga, la emancipación de la miseria de los nacimientos repetidos (en cuya determinación el ignorante no puede influir), y así evitar Pratya-Bhava, la transmigración.
 
Pero, desde la aparición de la Sociedad Teosófica [3], una de cuyas tareas arduas era despertar de nuevo, en la mente aria, el recuerdo dormido de la existencia de esta ciencia y de las capacidades humanas trascendentes, las reglas para la selección de chelas se han vuelto un poco flexibles, en cierto sentido. Muchos miembros de la Sociedad, convencidos de los puntos arriba mencionados, pensaron acertadamente que, si otros ya habían alcanzado la meta, ellos también podrían alcanzarla (en caso de que estuvieran interiormente preparados) recorriendo el mismo camino, y presionaron para ser aceptados como candidatos. Y, como sería interferir con el karma el negarles la oportunidad de, al menos, empezar (y como eran tan insistentes), se les dio lo que querían. Hasta ahora, los resultados han sido muy poco alentadores, y la autora del presente artículo ha recibido la orden de escribirlo para mostrar a estos infelices la causa de su fracaso y advertir a los demás del peligro de avanzar descuidadamente hacia un destino similar. Los candidatos en cuestión, aunque se les advirtió abiertamente que no lo hicieran, empezaron cometiendo el error de mirar egoístamente hacia el futuro, perdiendo de vista el pasado. Se olvidaron de que no habían hecho nada para merecer el raro honor de ser seleccionados, nada que justificara su expectativa de tal privilegio; se olvidaron de que no podían presumir de ninguno de los méritos enumerados arriba. Como hombres del mundo egoísta y sensual (independientemente de si estaban casados o solteros, de si eran comerciantes, empleados civiles o militares, o miembros de los sectores intelectualizados), habían estado en una escuela orientada a hacer que se identificasen con la naturaleza animal, y no a que desarrollasen sus potencialidades espirituales. Sin embargo, ¡todos y cada uno de ellos tenían la vanidad suficiente para suponer que, en su caso, se haría una excepción a la ley establecida hace incontables siglos, y como si, de hecho, en su persona hubiese nacido un nuevo Avatar! Todos esperaban recibir enseñanzas sobre cosas ocultas y recibir poderes extraordinarios por el hecho de haberse unido a la Sociedad Teosófica. Algunos habían decidido con sinceridad corregir sus vidas y renunciar a sus malas prácticas; debemos hacerles justicia.
 
Al principio, todos fueron rechazados, comenzando por el coronel Olcott, el presidente de la S. T.; y no hay nada malo en decir que este último caballero no fue aceptado formalmente como chela hasta que demostró, mediante más de un año de trabajo dedicado y una determinación inquebrantable, que podía ser puesto a prueba sin peligro. Entonces llegaron quejas de todos lados: de los hindúes, que deberían haber comprendido mejor la cuestión, y también de los europeos, que, por supuesto, no estaban en condiciones de saber nada sobre las reglas. Clamaban que la Sociedad no podría perdurar si no se daba la oportunidad de intentarlo a, por lo menos, algunos teósofos. Todas las otras características de nuestro programa (el deber del hombre hacia su vecino y su país; su deber de ayudar, iluminar, alentar y elevar a los más débiles y menos favorecidos que él) fueron ignoradas y olvidadas en la febril carrera hacia el adeptado. La búsqueda de fenómenos y más fenómenos resonaba por todas partes, y a los fundadores se les impedía hacer su verdadero trabajo, y se les molestaba insistentemente para que intercedieran con los Mahatmas, contra quienes en realidad iban dirigidas las quejas, aunque los que tuvieron que recibir todas las bofetadas fueron sus pobres agentes.
 
Al final, las autoridades más elevadas dijeron que algunos de los candidatos más insistentes podrían ser aceptados. El resultado del experimento muestra, quizás mejor que cualquier cantidad de explicaciones, lo que el chelado significa, y cuáles son las consecuencias del egoísmo y de la temeridad. Cada candidato fue avisado de que debía esperar años, en todo caso, antes de que se demostrase si era apto o no, y de que debía pasar por una serie de pruebas que sacarían a la superficie todo lo que había en él, tanto lo bueno como lo malo. Casi todos eran hombres casados, y por eso se les llamó “chelas laicos”, una expresión nueva en lenguas occidentales, pero que tiene, desde hace mucho tiempo, sus equivalentes en las lenguas asiáticas.
 
Un chela laico es solo un hombre del mundo que desea con firmeza volverse sabio en las cosas espirituales. Prácticamente, todo miembro de la Sociedad Teosófica que acepte el segundo de nuestros tres “objetivos declarados” es un chela laico, porque, pese a no estar entre los chelas verdaderos, tiene la posibilidad de convertirse en uno, pues ha atravesado la frontera que lo separaba de los Mahatmas y se ha situado, en cierto modo, en su campo de observación. Al ingresar en la Sociedad y comprometerse a ayudar en su trabajo, se ha comprometido a actuar, en cierta medida, en consonancia con esos Mahatmas, por orden de los cuales se organizó la Sociedad, y bajo cuya protección condicional ella permanece. El ingreso es, pues, la introducción; todo lo demás depende enteramente del miembro, que nunca debe esperar ni la más distante aproximación a la “buena voluntad” de nuestros Mahatmas, o de otros Mahatmas del mundo (si estos aceptaran volverse conocidos), sin haberla conseguido por mérito personal. Los Mahatmas son servidores, no árbitros de la ley del karma. EL CHELADO LAICO NO DA NINGÚN PRIVILEGIO, EXCEPTO EL DE TRABAJAR PARA OBTENER MÉRITO, BAJO LA OBSERVACIÓN DE UN MAESTRO. Y el hecho de que este Maestro sea visto o no por el chela no influye en el resultado: sus pensamientos, palabras y actos buenos darán sus frutos, así como los malos. Presumir del chelado laico, o hablar de ello con todo el mundo, es la manera más segura de reducir la relación con el gurú a un mero nombre vacío, porque es una evidencia innegable de vanidad e incapacidad para un progreso futuro. Y, durante años, hemos enseñado en todas partes esta máxima: “Antes de desear, trata de merecer” intimidad con los Mahatmas.
 
Hay una ley terrible que está en vigor en la naturaleza, una ley que no puede ser modificada, y cuya acción esclarece el aparente misterio de la selección de ciertos “chelas” que, en estos últimos años, han resultado ser tristes ejemplos de moralidad. ¿Recuerda el lector este viejo proverbio: “Deja tranquilos a los perros que duermen”? Hay un enorme significado oculto en él. Ningún hombre o mujer conoce su fuerza moral hasta que dicha fuerza es puesta a prueba. Miles de seres humanos pasan por la vida de forma muy respetable porque nunca son puestos a prueba. Esto es una perogrullada, pero es muy pertinente en este caso.
 
Quien intenta emprender el chelado despierta y exacerba, por este mismo acto, todas las pasiones dormidas de su naturaleza animal. Porque este es el comienzo de una lucha por el autodominio en la que no hay que dar ni recibir ninguna tregua. Se trata, de una ver por todas, de “ser o no ser”. La victoria significa el ADEPTADO; la derrota, un martirio innoble, porque caer víctima de la lujuria, el orgullo, la avaricia, la vanidad, el egoísmo, la cobardía o cualquier otra inclinación inferior es realmente innoble para los estándares de lo verdaderamente humano. El chela no solo es llamado a enfrentar todas las malas inclinaciones latentes de su naturaleza, sino también todo el poder maléfico acumulado por la comunidad y la nación a las que pertenece. Porque él es una parte integrante de esos agregados, y lo que afecta al hombre individual afecta al grupo (ciudad o nación), y viceversa. En este caso, su lucha por el bien desentona del conjunto de la maldad en su entorno, y atrae contra sí la furia de este conjunto. Si está satisfecho con hacer lo mismo que sus semejantes y ser casi como ellos – tal vez un poco mejor o peor que la media –, es posible que nadie le preste atención. Pero, si llega a saberse que ha podido detectar la farsa de la vida social, su hipocresía, egoísmo, sensualidad, avaricia y otras características negativas, y ha decidido elevarse a un nivel más alto, inmediatamente será odiado, y toda naturaleza fanática o maliciosa le enviará una corriente de fuerza de voluntad opositora. Si el chela es fuerte por naturaleza, se verá libre de ella, así como el nadador poderoso atraviesa la corriente que arrastraría a otro más débil. Pero, en esta batalla moral, si el chela tiene un solo defecto oculto, este saldrá a la luz, haga lo que haga.
 
El barniz de las convencionalidades con el que la “civilización” nos cubre a todos debe ser retirado hasta la última capa, y así el Yo Interno quedará al descubierto, desnudo y sin el menor velo que oculte su realidad. Los hábitos sociales que mantienen a los hombres, hasta cierto punto, dentro de algunas restricciones morales y los llevan a rendir homenaje a la virtud aparentando ser buenos (lo sean o no) tienden a ser todos olvidados, y las restricciones morales tienden a romperse bajo la tensión del chelado. El chela se encuentra ahora en una atmósfera de ilusiones, Maya. El vicio asume su expresión más seductora, y las pasiones tentadoras tratan de arrastrar al aspirante poco experimentado a las profundidades de la degradación psíquica. Este no es un caso como el descrito por un gran artista, en el que se ve a Satanás jugando una partida de ajedrez con un hombre que ha apostado su alma, mientras el ángel bueno de este hombre está a su lado para aconsejarlo y ayudarlo. Porque la lucha es entre la voluntad del chela y su naturaleza carnal, y el karma prohíbe que ningún ángel o gurú interfiera hasta que se sepa el resultado.
 
En su “Zanoni”, una obra que siempre será apreciada por los ocultistas, Bulwer Lytton idealiza el caso con la viveza de una fantasía poética, mientras que en su “Strange Story” muestra con igual fuerza el lado negro de la investigación oculta y sus peligros mortales. El otro día, un Mahatma definió el chelado como “un disolvente psíquico que corroe todas las impurezas y deja solamente el oro puro”. Si el candidato tiene latentes el deseo de dinero, las artimañas políticas, el escepticismo materialista, la ostentación vana, la falsedad de palabra, la crueldad o la gratificación sensual de cualquier tipo, es casi seguro que estas semillas germinarán; y lo mismo ocurrirá, por otro lado, con las cualidades nobles de la naturaleza humana. El hombre verdadero sale a la luz. Entonces, ¿no es el colmo de la locura el que alguien abandone el camino suave de la vida ordinaria para escalar los peñascos del chelado sin una razonable certeza de que tiene lo que hay que tener? Bien dice la Biblia: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” [4], ¡palabras que todos los aspirantes a chelas deberían examinar bien antes de lanzarse de cabeza al combate! Habría sido bueno que algunos de nuestros chelas laicos se lo hubieran pensado dos veces antes de desafiar a las fuerzas probatorias. Conocemos varios fracasos lamentables que tuvieron lugar en un año. Uno se trastornó, rechazó los sentimientos nobles expresados pocas semanas antes y se hizo miembro de una religión cuya falsedad había demostrado con desdén y de modo incontestable. Otro se convirtió en delincuente y huyó con el dinero de su empleador, que también era teósofo. Un tercero se entregó al grosero libertinaje y lo confesó, entre sollozos y lágrimas inútiles, al gurú que había elegido. Un cuarto se enredó con una persona del sexo opuesto y se alejó de sus amigos más queridos y verdaderos. Un quinto mostró signos de aberración mental y fue llevado a los tribunales acusado de conducta deshonrosa. ¡Un sexto se pegó un tiro para escapar de las consecuencias de la criminalidad cuando estuvo a punto de ser descubierto! [5] Y podríamos citar más ejemplos.
 
Todos ellos eran, aparentemente, buscadores sinceros de la verdad, y en el mundo eran considerados gente respetable. Externamente y según las apariencias, eran candidatos muy aptos para el chelado, pero “por dentro todo era podredumbre y huesos de cadáveres”. El barniz del mundo era tan grueso que ocultaba la ausencia de oro verdadero debajo, y el “disolvente”, al actuar, mostró en todos los casos que el candidato era una figura pintada de oro, pero compuesta de impurezas morales en su interior.
 
Hasta aquí solo hemos abordado, por supuesto, los fracasos de los chelas laicos; también ha habido éxitos parciales, y estos están pasando gradualmente por las primeras etapas de su probación. Algunos se están volviendo útiles para la Sociedad, y para el mundo en general, a través del buen ejemplo y de la buena palabra. Si persisten, será bueno para ellos y bueno para todos nosotros; las probabilidades están terriblemente en su contra, pero, aun así, “nada es imposible para aquel que QUIERE”. Las dificultades del chelado no serán menores hasta que la naturaleza humana cambie y una nueva naturaleza humana se desarrolle. San Pablo (Romanos 7:18-19) pudo haber estado pensando en un chela cuando dijo: “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. Y en el sabio “Kiratarjuniya”, de Bharavi, está escrito:
 
“Los enemigos que dentro del cuerpo se levantan,
difíciles de derrotar (las malas pasiones),
deben ser combatidos con valentía; quien los derrote
es igual al que conquista mundos enteros” (11:32).
 
NOTAS:
 
[1] “The Theosophist”.
 
[2] Robert Fludd.  
 
[3] En este artículo, H. P. B. hace referencia a la Sociedad Teosófica original, que dejó de existir pocos años después de su muerte, acaecida en 1891. En 1894-1895, Annie Besant abandonó las enseñanzas originales, persiguió a William Q. Judge y provocó la primera división en el movimiento teosófico. La Sra. Besant pronto empezaría a tener conversaciones personales con “el Señor Cristo” y muchos otros maestros fabricados por su imaginación, incluido el “Manú” y el “Rey del Mundo”.
 
[4] 1 Corintios 10:12.
 
[5] Véase el ejemplo de la Sra. Annie Besant en la nota [3], arriba.
 
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El artículo “Chelas y Chelas Laicos” fue traducido del inglés por Alex Rambla Beltrán. Texto original: “Chelas And Lay Chelas”. La publicación en español ocurrió el 23 de junio de 2024.
 
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