Discípulo de Sabios de la India y Egipto,
Competente en la Sabiduría Secreta Oriental
 
 
Helena P. Blavatsky
 
 
 
Saint Germain: retrato grabado en cobre por N. Thomas, París, 1783, a
partir de una pintura al óleo atribuida al conde Pietro dei Rotary (1707-1762).
 
 
 
 
Nota Editorial de 2021:
 
El siguiente artículo fue publicado por primera vez en “The Theosophist”, India, en mayo de 1881, pp. 168-170. Está incluido en los “Collected Writings” de H. P. Blavatsky, TPH, EUA, volumen III, pp. 125-129, de donde lo hemos reproducido.
 
Debe tenerse en consideración una advertencia sobre una idea falsa propagada por Annie Besant y sus asociados. Según una ilusión que circula ampliamente, el auténtico Iniciado del siglo XVIII conocido como Saint Germain – un sabio verdadero – es también el individuo imaginario de la corriente new age a quien muchos llaman “Maestro Saint Germain” o “Maestro Rakoczy”.
 
Boris de Zirkoff, el sobrio editor de los “Collected Writings” de H. P. Blavatsky, escribió estas palabras:
 
“… Es altamente desaconsejable e históricamente injustificable referirse al ocultista de Saint Germain como ‘maestro príncipe Rákóczy’, tal como repetidamente han hecho varios estudiantes de teosofía y grupos de estudiantes dentro y fuera del movimiento teosófico organizado, llegando hasta el punto de enumerar sus encarnaciones pasadas. Ninguna conexión con el linaje de Rákóczy por parte del conde de Saint Germain puede ser establecida mediante datos históricos accesibles o evidencias documentales disponibles, aunque esta idea pueda ser atractiva para ciertos estudiantes y servir como telón de fondo útil para sus especulaciones”. [1]
 
En las Cartas de los Mahatmas, encontramos un pasaje en el que un Maestro describe el contexto de la cultura occidental donde las doctrinas orientales eran precariamente enseñadas bajo un ropaje cristiano, para reducir el peligro de la persecución autoritaria.
 
El instructor dice que, tras un fracaso general en tales intentos, Saint Germain hizo su última salida hacia su Hogar, probablemente implicando que dicho “Hogar” se halla en Oriente:
 
“… Lo poco que estoy autorizado a explicar espero que pueda resultar más comprensible que la Haute Magie de Eliphas Lévi. No es extraño que usted la encuentre confusa porque nunca estuvo destinada al lector no iniciado. Eliphas estudió en los manuscritos Rosacruces (ahora reducidos a tres ejemplares en Europa). Estos exponen nuestras doctrinas orientales tomadas de las enseñanzas de Rosencreuz, quien, a su regreso de Asia, las revistió de un ropaje semi-cristiano, tratando de proteger a sus discípulos de la venganza clerical. Para ello hace falta tener la clave y esta clave es una ciencia per se. Rosencreuz enseñó oralmente. Saint Germain registró las buenas doctrinas en cifras y su único manuscrito cifrado permaneció en poder de su fiel amigo y protector, el benévolo Príncipe alemán de cuya casa y en cuya presencia realizó su última salida – hacia su verdadero HOGAR. ¡Fracaso, rotundo fracaso!”. [2]
 
Por tanto, las especulaciones sobre cualquier “Maestro Saint Germain” y los ritualismos relacionados – masónicos o no – son, en el mejor de los casos, puramente imaginarios e infundados.
 
Toda la información confiable que tenemos son las palabras del Maestro en el sentido de que Saint Germain – un Iniciado, pero no un Mahatma – abandonó Europa e hizo su “última salida” tras hacer un intento por ayudar a la humanidad, intento que terminó en un “rotundo fracaso”.
 
Uno de los efectos sociales visibles de tal derrota interna de los Maestros e Iniciados fue el aspecto sangriento y la violenta criminalidad en masa de la Revolución francesa, que Cagliostro, Saint Germain y otros hombres de buena voluntad intentaron evitar enseñando la sabiduría universal y la compasión.
 
Este artículo de Helena Blavatsky acerca de Saint Germain muestra que una nube de fantasías e ideas absurdas parece rodear a los grandes sabios que trabajan pacientemente por el bien de la humanidad. Estas ensoñaciones las fabrican, por un lado, los adversarios de la filosofía esotérica y, por otro lado, la actitud supersticiosa y crédula de algunos devotos.
 
(Carlos Cardoso Aveline)
 
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El Conde de Saint Germain
 
Helena P. Blavatsky
 
Con largos intervalos de diferencia, han aparecido en Europa ciertos hombres cuyos raros dotes intelectuales, oratoria brillante y modos misteriosos de vivir han asombrado y fascinado a la mente pública. El artículo ahora copiado del All the Year Round [3] se refiere a uno de estos hombres: el conde de Saint Germain. En la curiosa obra de Hargrave Jennings, The Rosicrucians, se describe a otro individuo, un tal Signor Gualdi, quien fue una vez la comidilla de las gentes de Venecia. Un tercero fue el personaje histórico conocido como Alessandro di Cagliostro, cuyo nombre se ha vuelto sinónimo de infamia por culpa de una biografía católica falsificada. No pretendemos ahora comparar a estos tres individuos entre sí, ni con el hombre promedio. Copiamos el artículo de nuestro contemporáneo de Londres con un objetivo muy diferente. Queremos mostrar cuán vilmente es calumniado el carácter personal sin la menor provocación, a menos que el hecho de tener una mente más brillante y estar más versado en los secretos de la ley natural pueda ser interpretado como una provocación suficiente para poner en movimiento la pluma del calumniador y la lengua del chismoso. Que el lector lea atentamente lo que sigue:
 
“Este famoso aventurero”, dice el escritor en All the Year Round, refiriéndose al conde de Saint Germain, “se supone que era húngaro de nacimiento, pero él mismo envolvió cuidadosamente en el misterio los primeros años de su vida”.
 
“Su persona y su título estimulaban la curiosidad. Su edad era desconocida, y su linaje era igual de oscuro. Tenemos el primer vislumbre de él en París, hace unos ciento veinticinco años, llenando la corte y la ciudad con su fama. Un París maravillado vio a un hombre – aparentemente de mediana edad – que vivía con un estilo magnífico, que acudía a cenas y no comía nada, pero hablaba sin cesar, y con una lucidez extraordinaria, sobre cualquier tema imaginable. Su tono era, quizás, excesivamente mordaz: el tono de un hombre que sabe perfectamente de lo que habla. Docto, hablante de toda lengua civilizada, gran músico, excelente químico, desempeñaba el papel de un prodigio, y lo desempeñaba a la perfección. Dotado de una confianza extraordinaria, o una insolencia perfecta, no solo hablaba con autoridad sobre el presente, sino que hablaba sin vacilar sobre acontecimientos que tuvieron lugar hace doscientos años”.
 
“Sus anécdotas de ocurrencias remotas las narraba con extraordinaria minuciosidad. Hablaba de escenas que tuvieron lugar en la corte de Francisco I como si las hubiera visto, describiendo exactamente la apariencia del rey, imitando su voz, sus maneras y su lenguaje, como si hubiera sido testigo presencial. De modo similar, instruía a su audiencia con historias agradables de Luis XIV, y la entretenía con descripciones vívidas de lugares y personas. Sin decir explícitamente que había estado presente cuando los acontecimientos sucedieron, conseguía dar esa impresión gracias su gran capacidad descriptiva. Pretendiendo causar asombro, su éxito era absoluto”.
 
“Se contaban historias fantásticas sobre él. Se decía que tenía trescientos años y que había prolongado su vida mediante el uso de un famoso elixir. París enloqueció gracias a él. Constantemente le preguntaban sobre el secreto de su longevidad, y era maravillosamente hábil en sus respuestas, negando toda capacidad de hacer que los viejos se vuelvan jóvenes, pero afirmando silenciosamente poseer el secreto de detener la decadencia del cuerpo humano. Decía él que la alimentación era, junto con su elixir maravilloso, el verdadero secreto de la larga vida, y se negaba firmemente a comer nada que no hubiera sido preparado especialmente para él: gachas de avena, sémola y carne blanca de pollo. En ocasiones importantes, bebía un poco de vino, se sentaba a hablar hasta que no quedaba nadie para escucharlo, pero tomaba precauciones extraordinarias contra el frío. A las mujeres les daba cosméticos misteriosos para que preservaran su belleza intacta; a los hombres les hablaba abiertamente de su método de transmutar metales, y de un cierto proceso para fundir una docena de diamantes pequeños hasta convertirlos en una piedra grande. Estas declaraciones asombrosas estaban respaldadas por el hecho de que poseía una riqueza aparentemente ilimitada, y una colección de joyas de raro tamaño y belleza…”.
 
“De vez en cuando, este extraño ser aparecía en distintas capitales europeas bajo varios nombres, tales como marqués de Montferrat; conde Bellamare, en Venecia; caballero Schoening, en Pisa; caballero Weldon, en Milán; conde Saltikoff, en Génova; conde Tzarogy, en Schwabach; y, finalmente, como conde de Saint Germain, en París. Sin embargo, tras su desastre en La Haya, ya no parece tan rico como antes, y, a veces, da la impresión de que busca su fortuna”.
 
“En Tournai es ‘entrevistado’ por el famoso caballero de Seingalt, quien lo ve llevando un atuendo armenio y un gorro puntiagudo, con una larga barba que le llega a la cintura, y una vara de marfil en la mano: la apariencia completa de un nigromante. Saint Germain está rodeado de una legión de botellas, y ocupado en desarrollar la fabricación de sombreros con base en principios químicos. Como Seingalt se siente indispuesto, el conde le propone curarlo gratis, y le ofrece una dosis de un elixir que parece éter, pero el otro se niega educadamente. Es la escena de los dos augures. No teniendo permiso para actuar como médico, Saint Germain decide mostrar su poder como alquimista; coge una moneda de doce sous del otro augur, la pone encima de las brasas y trabaja con el soplete. La moneda se funde y se la deja enfriar. ‘Ahora’, dice Saint Germain, ‘coge tu dinero de nuevo’. – ‘Pero es oro’. – ‘Del más puro’. El segundo augur no cree en la transmutación, y considera que toda la operación ha sido un engaño, pero, aun así, se mete la moneda en el bolsillo, y finalmente se la presenta al célebre mariscal Keith, entonces gobernador de Neuchâtel”.
 
“En otra ocasión, buscando técnicas de tinción y otros esquemas de fabricación, Saint Germain apareció en San Petersburgo, Dresde y Milán. Una vez, se metió en problemas y lo arrestaron en una ciudad pequeña del Piamonte debido al protesto de una letra de cambio, pero sacó unas joyas valoradas en cien mil coronas, pagó de inmediato, tildó de ladrón al gobernador de la ciudad, y lo soltaron pidiéndole las más respetuosas disculpas”.
 
“Hay muy pocas dudas de que, durante una de sus estancias en Rusia, desempeñó un papel importante en la revolución que llevó a Catalina II al trono. En apoyo de este punto de vista, el barón Gleichen cita la atención extraordinaria que el conde Alexis Orloff le prestó a Saint Germain en Livorno, en 1770, y una declaración que el príncipe Gregory Orloff le hizo al margrave de Ansbach durante su estancia en Nuremberg”.
 
“Después de todo, ¿quién fue él?, ¿el hijo de un rey portugués, o de un judío portugués? ¿O acaso, en su vejez, dijo la verdad a su protector y admirador entusiasta, el príncipe Carlos de Hesse-Kassel? Según la historia contada por su último amigo, era hijo de un tal príncipe Rakoczy, de Transilvania, y su primera esposa fue una tal Tékély. Cuando era niño, lo pusieron bajo la tutela del último Médici. Cuando creció y escuchó que sus dos hermanos, hijos de la princesa Hesse-Rheinfels, o Hesse-Rotenburg, habían recibido los nombres de Saint Charles y Saint Elizabeth, decidió llevar el nombre de su santo hermano, Sanctus Germanus. ¿Cuál es la verdad? Solo hay una cosa segura: era un protegido del último Médici. El príncipe Carlos, que parece lamentar su muerte (acaecida en 1783) con gran sinceridad, nos dice que cayó enfermo mientras llevaba a cabo sus experimentos acerca de los colores, en Eckernförde, y murió poco después, pese a los innumerables medicamentos preparados por su farmacéutico privado. Federico el Grande, quien, a pesar de su escepticismo, tenía un extraño interés por los astrólogos, dijo de él: ‘Este es un hombre que no muere’. Mirabeau añade, epigramáticamente: ‘Era un tipo descuidado, y, al final, a diferencia de sus predecesores, olvidó no morirse’”. [4]
 
Y ahora preguntamos: ¿qué pruebas se dan aquí de que Saint Germain era un “aventurero”, de que quería “desempeñar el papel de un prodigio”, o de que intentaba ganar dinero a costa de gente ingenua? No hay ni una sola señal de que fue distinto de lo que parecía ser, es decir, un caballero que poseía unos talentos y educación magníficos, y amplios medios para sustentar honestamente su posición en la sociedad. Dijo saber cómo fundir diamantes pequeños para convertirlos en diamantes grandes, y cómo transmutar metales, y sus declaraciones estaban respaldadas “por el hecho de que poseía una riqueza aparentemente ilimitada, y una colección de joyas de raro tamaño y belleza”. ¿Son así los “aventureros”? ¿Gozan los charlatanes de la confianza y la admiración de los más inteligentes estadistas y nobles europeos durante largos años, y ni siquiera cuando mueren demuestran de algún modo que no la merecían? Algunos enciclopedistas (véase New Amer. Cyclop., vol. XIV, p. 267) dicen: “¡Se supone que, durante la mayor parte de su vida, trabajó como espía en las cortes en las que se alojaba!”. Pero ¿en qué evidencia se basa esta suposición? ¿La ha encontrado alguien en los documentos estatales de los archivos secretos de alguna de estas cortes? Nunca se ha encontrado una palabra, ni una fracción o ápice de un hecho sobre el cual construir esta vil calumnia. Es simplemente una mentira maliciosa. El trato que la memoria de este gran hombre (discípulo de hierofantes de la India y Egipto, competente en la sabiduría secreta oriental) ha recibido de los escritores occidentales es una mancha sobre la naturaleza humana. Este mundo estúpido se ha comportado igual con toda otra persona que, como Saint Germain, ha regresado a él (tras un largo retiro dedicado al estudio, habiendo acumulado sabiduría esotérica) con la esperanza de mejorarlo y volverlo más sabio y feliz.
 
Debemos mencionar otra cuestión: el relato anterior no da detalles de las horas finales del misterioso conde, ni de su funeral. ¿No es absurdo suponer que, si realmente murió en el momento y lugar mencionados, lo enterrasen sin la pompa y la ceremonia, la supervisión oficial y el registro policial que están presentes en los funerales de hombres de su posición social y notoriedad? ¿Dónde están estos datos? Él desapareció de la vista del público hace más de un siglo, pero ningún documento histórico contiene dichos datos. Un hombre que vivió bajo la atenta mirada del público no pudo haberse desvanecido (si realmente murió en aquel momento y lugar) sin dejar rastro. Además, tenemos la prueba positiva de que estaba vivo varios años después de 1784. Se dice que tuvo una conversación privada muy importante con la emperatriz de Rusia en 1785 o 1786, y que se le apareció a la princesa de Lamballe cuando comparecía ante el tribunal, un momento antes de que la fulminaran de un disparo y un carnicero cortara su cabeza; y a Jeanne du Barry, la amante de Luis XV, cuando, en París, durante los días del Terror, en 1793, esperaba el golpe de la guillotina en el cadalso. Un miembro respetado de nuestra Sociedad que reside en Rusia posee algunos documentos muy importantes sobre el conde de Saint Germain, y esperamos que, para rescatar la memoria de uno de los personajes más grandes de los tiempos modernos, los eslabones perdidos (pero necesarios desde hace mucho) de la cadena de su accidentada historia puedan ser mostrados pronto al mundo a través de estas columnas. [5]
 
NOTAS:
 
[1] De la nota biobibliográfica de Boris de Zirkoff sobre el conde de Saint Germain, incluida en los “Collected Writings” de H. P. Blavatsky, TPH, EUA, volumen III, pp. 525-526. (CCA)
 
[2] Las Cartas de los Mahatmas”, Editorial Teosófica, Barcelona, España, 1994, carta 49, pp. 401-402. En la página 518 del mismo volumen, carta 65, el Maestro dice que las persecuciones del siglo XIX contra H. P. Blavatsky son “la historia repetida del ‘Conde de St. Germain’ y de Cagliostro”. (CCA)
 
[3] Volumen XIV, 5 de junio de 1875, pp. 228-234, nueva serie. Esta revista era dirigida por Charles Dickens, y publicada en Londres por Chapman Hall desde 1859 hasta 1895. (Nota de Boris de Zirkoff, editor de los “Collected Writings” de HPB)
 
[4] Este artículo termina con las siguientes palabras: “¿Quién fue este hombre? ¿Un príncipe excéntrico, o un sinvergüenza exitoso? ¿Un devoto de la ciencia, un mero conspirador, o una extraña mezcla de todo ello? Un problema hasta para él mismo”. (Nota de Boris de Zirkoff)
 
[5] “Estas columnas”: una referencia a las páginas de “The Theosophist”, donde este artículo fue publicado por primera vez. Aquí, Boris de Zirkoff añade lo siguiente en una nota al pie: “El individuo al que H. P. B. hace alusión fue, muy probablemente, su tía, la señorita Nadyezhda Andreyevna de Fadeyev. Actualmente, no hay datos disponibles sobre qué fue de aquellos documentos”. (CCA)
 
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El artículo “El Conde de Saint Germain”, de HPB, fue publicado en los sitios web de la Logia Independiente de Teósofos el 5 de diciembre de 2024. Fue traducido del inglés, con la nota editorial de CCA,  por Alex Rambla Beltrán. Texto original: “Count de Saint-Germain”.
 
La información incluida en la leyenda del retrato de Saint Germain es reproducida de los “Collected Writings” de HPB, TPH, EUA, volumen III, pp. 122-123.
 
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