La Cláusula de Autoexclusión,
Desde un Punto de Vista Teosófico
 
 
Carlos Cardoso Aveline
 
 
 
 
 
“Y, oh, queridas amigas, ¡cuántos traidores
y Judas de todos los colores y tonos tenemos en
el corazón mismo de la Sociedad [Teosófica]!”.
 
[Helena P. Blavatsky, en “Letters of
H.P.B. to A. P. Sinnett”, TUP, 1973, p. 95.]
 
 
 
Una de las dos principales escrituras del budismo shin, el budismo de la tierra pura, es llamada “Sukhavati-vyuha Mayor”. El autor japonés Taitetsu Unno escribió que esta escritura “describe el camino de un bodhisattva (un Buda en potencia) llamado Dharmakara, quien hace cuarenta y ocho juramentos ante otro Buda (…)”. [1]
 
El más importante de estos juramentos es el número dieciocho, mejor conocido como el Juramento Primordial. Es una promesa de sacrificio por todos los seres. Dice:
 
“Si, cuando alcance la condición de Buda, los seres sintientes de las diez regiones, de mente sincera, confiantes en sí mismos, aspirando a nacer en mi tierra, y diciendo mi Nombre quizás hasta diez veces, no nacen allí, entonces que no alcance yo la iluminación suprema. Excluidos están quienes cometen las cinco grandes infracciones y quienes calumnian el dharma”. [2]
 
La misma cláusula de exclusión por calumniar el dharma, o por calumniar al instructor, opera en los niveles superiores del movimiento teosófico moderno. Sin embargo, muchos estudiantes novatos de teosofía pueden sentir que la última frase del anterior juramento budista es cruel y demasiado crítica:
 
“¿Por qué habría uno de excluir a quienes traicionan a su fuente de inspiración? ¿No es una actitud arrogante – y poco fraternal – el hecho de ser severo con las pobres almas que imitan a Judas Iscariote en sus vidas espirituales?”.
 
A decir verdad, la “cláusula de exclusión” – que también forma parte de muchos juramentos masónicos – no provoca realmente la exclusión de nadie en el nivel oculto.
 
Solo reconoce y acepta una autoexclusión oculta que ya ha tenido lugar antes, y que ha ocurrido por iniciativa propia.
 
1. La “Cláusula de Exclusión” es, en Verdad, Autoexclusión
 
Quienes calumnian a sus Instructores, dañan las Enseñanzas, o dejan que estas cosas ocurran sin defender su propia fuente de inspiración, en realidad se excluyen a sí mismos de un determinado campo magnético y kármico. Esto tiene lugar a nivel interno y sutil. Es una acción silenciosa en las dimensiones ocultas o invisibles de la vida. Puede ocurrir sin que uno sea consciente.
 
Por tanto, la cláusula de exclusión no es, en sí misma, una causa de exclusión o separación, y mucho menos un castigo. No es sino una consecuencia. Es una decisión realista de no fingir que un vaso roto está todavía intacto. Y, por supuesto, se lleva a cabo en el nivel abstracto e impersonal de los principios filosóficos. Aceptar los hechos desagradables es útil porque, si sabemos que algo está roto, podemos repararlo o cambiarlo; pero, si fingimos que sigue intacto, viviremos en un estado de ilusión y de negación de la realidad.
 
La posibilidad práctica de la autoexclusión de los niveles superiores de consciencia corresponde al peligro de fallar en el proceso de la autoinclusión en esos planos. Tanto el esfuerzo como el peligro de fallar en el esfuerzo están presentes en la vida diaria de los teósofos. Expresándolo en lenguaje budista, uno podría decir que, mediante sus acciones diarias, los estudiantes facilitan (o dificultan) su propia inclusión gradual en los “tres refugios”, que son:
 
1) El Dharma (o la Ley y las Enseñanzas).
2) El Buddha (o los Instructores).
3) La Sangha (o la comunidad invisible de estudiantes sinceros).
 
Hay algunas lecciones útiles que podemos recibir del concepto doble de autoinclusión y autoexclusión. Una de ellas es que somos responsables de nuestro destino futuro. Observando nuestras acciones diarias, podemos ver si ellas nos excluyen o nos incluyen en el espíritu de la Enseñanza, en la atmósfera de los instructores, y en la comunidad sutil de estudiantes sinceros.
 
Podemos ver, entonces, hasta qué punto nuestras acciones diarias tienden a facilitar nuestro acceso a los planos más elevados de la realidad, en los cuales vive nuestro verdadero yo. Así podemos descubrir mejores medios de mejorar nuestro proceso de aprendizaje.
 
2. La Pérdida Oculta de Memoria
 
Hay algo más que añadir en relación con el lado interno de la “cláusula de exclusión”: la pérdida de memoria.
 
En algún lugar de la Tradición se dice que, cuando el candidato a los misterios sale del campo magnético de los mismos, pierde la memoria del conocimiento que ha alcanzado.
 
Es un hecho de la naturaleza que existen memorias y recuerdos de hechos y enseñanzas en cada diferente nivel de consciencia; y estos pertenecen a cada nivel, no a la persona que en algún momento los recuerda.
 
Si el candidato a los misterios interrumpe su acceso al nivel de consciencia en el que las memorias y registros más sutiles son preservados – por ejemplo, el nivel Buddhi-Manásico –, retendrá, tal vez, el aspecto externo de la memoria de los acontecimientos, el aspecto inferior y físico de las enseñanzas y acontecimientos; pero perderá su verdadero significado. A partir de entonces, es posible que el candidato se vuelva contra la mano que le dio alimento espiritual. Pero solo puede hacer esto en los niveles inferiores e ilusorios de la realidad.
 
Esto es lo que, al parecer, les ocurrió a algunos líderes teosóficos que perdieron el contacto con la verdadera sustancia de la teosofía, pero que decidieron permanecer apegados a su cáscara externa. Olvidaron el sabor y el significado internos de las enseñanzas porque estaban demasiado entusiasmados con su vehículo o forma externos. Fue como si perdieran el acceso a cierta frecuencia vibratoria en la que realmente se hallan las “memorias” y percepciones superiores. Después, solo pudieron aferrarse al cuerpo sin vida de las apariencias imaginarias.
 
Por tanto, la autoexclusión provoca la pérdida de un cierto nivel de memorias. Para evitar este peligro, los instructores verdaderos examinan con gran cautela la idea de expandir la consciencia de cualquier candidato a la sabiduría. Saben que es mejor que el candidato avance lentamente y evite estos problemas en el futuro.
 
Aunque la cláusula de autoexclusión no puede ser eliminada o cancelada, la precaución a lo largo del camino puede y debe ser promovida con el fin de proteger, tanto como sea posible, a los candidatos a la sabiduría contra tal peligro. Los Maestros utilizan esta cautela por compasión, no por egoísmo. Y ello nos lleva a examinar las enseñanzas del Nuevo Testamento acerca de Judas Iscariote. Podemos ver más de un simbolismo esotérico en la historia de Judas ahorcándose, tal como se narra en Mateo 27. Se trata de un enfoque metafórico de la “cláusula de exclusión”.
 
3. Lecciones Teosóficas de Judas y Pedro
 
En el Nuevo Testamento, Judas representa la parte desleal del yo inferior humano; la parte del cuaternario inferior que se resiste a la influencia que proviene del Maestro. Y el “Maestro” representa el sexto principio, o alma espiritual.
 
El “discípulo”, el cuaternario inferior, tiene expectativas en cuanto al “Maestro”. Si el “discípulo” no está preparado para renovar su visión de las cosas y expandir sus horizontes, para lo cual ha de dejar de lado las viejas expectativas, es posible que sea derrotado. La verdadera derrota toma la forma de “traición”.
 
En Mateo 26, los discípulos leales no impiden que Judas lleve a cabo su traición. Están confundidos por la intensidad de sus propias probaciones. Su estupidez, cobardía e incapacidad de defender al Maestro sagrado – la fuente de su aprendizaje – están bien expresadas en Mateo 26:69-74. Allí, el principal discípulo, Pedro, niega completamente al Maestro tres veces. Cuando le preguntan sobre Jesús, Pedro dice:
 
“No sé de qué estás hablando”.
 
El principal discípulo se lava las manos, literalmente. Jura no haber visto al Maestro. En ese momento, Pedro es demasiado cobarde para ser un traidor o un discípulo verdadero. Es un tibio. Solo será capaz de recuperarse más tarde en la historia.
 
Cualquiera que sea lo suficientemente cobarde o ignorante como para no hacer una “enérgica declaración de principios” y una “valiente defensa de los que son injustamente atacados” (dos necesidades prácticas en cualquier discipulado verdadero) queda atrapado en la misma situación que Pedro.
 
Por supuesto, la defensa no siempre ha de ser obvia y verbal: los actos cuentan más que las palabras. Pero, en este caso, como en varias obras teatrales famosas de William Shakespeare, los impulsos inferiores y traicioneros ganan la batalla. “Judas”, o los impulsos egoístas, traiciona a su Maestro, o alma espiritual, que no es defendido por los otros discípulos. De este modo, Judas interrumpe exitosamente el flujo de energía entre “el cielo” (la tríada superior, o mónada) y “la tierra” (el cuaternario inferior, o alma mortal).
 
“Judas” simboliza al discípulo o aspirante a la sabiduría que fracasa en su búsqueda de la verdad, y que corta el vínculo semidormido con los reinos superiores, vínculo que solo puede ser encontrado en uno mismo. También simboliza los sectores egoístas del cuarto principio de la consciencia, el principio emocional.
 
El mal se disfraza de bien. Judas trata a Jesús muy bien, nominalmente. La ambigüedad, el disimulo y la hipocresía constituyen la gramática básica de los traidores. Judas besa al Maestro en la cara. Externamente, el falso discípulo expresa sus buenos deseos al Maestro. Pero, en realidad, esto solo lo hace para indicar a los soldados quién es el hombre al que hay que arrestar y asesinar.
 
Después, viene la humillación colectiva a aquel que representa la sabiduría sagrada y eterna. En Mateo 26:67, el Maestro es escupido en la cara y abofeteado por gente ignorante. La mente espiritual es degradada y despreciada por la arrogancia del yo inferior. Sin embargo, una vez que Jesús es arrestado, Judas, después de recibir treinta monedas como soborno, renuncia al premio de su traición. De repente, se da cuenta de que todo pierde el sentido para él si el alma espiritual, el Maestro, está ausente.
 
Rechazó al Maestro, que no había cumplido sus expectativas. Hizo esto porque, previamente, no había renunciado a sus ideas estrechas sobre qué debe o no debe hacer el Maestro.
 
Pero ¿qué podía hacer Judas después de haberse suicidado espiritualmente para aquella encarnación? ¿Después de haber interrumpido el puente sagrado entre el cielo y la tierra dentro de sí mismo, destruido su escalera de Jacob y hecho oídos sordos a la pequeña voz silenciosa de su propia conciencia superior? No había sino una cosa que hacer, y la hizo. Completó la metáfora de la autodestrucción espiritual ahorcándose.
 
En resumen, en esta historia altamente simbólica, Judas es el “discípulo” que traiciona a su Maestro. Revela indebidamente los sagrados secretos esotéricos. Destruye su yo superior para aquella encarnación. Tiene que enfrentar la “cláusula de autoexclusión”, que siempre está presente en cualquier acuerdo mutuo entre lo superior y lo inferior.
 
Ahorcándose, Judas interrumpe el flujo vital entre su cabeza y su cuerpo. De este modo, destruye Antahkarana. Esta es una manera de perder la consciencia o la memoria. La muerte simboliza una forma de dejar de recordar. Judas ya no recuerda las cosas que sabía cuando era leal a su yo superior, o Maestro interno.
 
4. Un Mahatma Dice Que No Hay Vida en Adyar
 
Tenemos una situación similar en el movimiento teosófico. Cuando la Sociedad de Adyar se alejó de la verdad y su presidente Henry Olcott prefirió no defender a Helena Blavatsky de los ataques injustos que estaba sufriendo, el Maestro previó la muerte espiritual de la organización. Entonces, el raja yogui de los Himalayas anunció claramente el futuro despedazamiento del movimiento teosófico, es decir, su fragmentación. Refiriéndose a Henry Olcott y la Sociedad Teosófica de Adyar, el Maestro escribió:
 
“… La Sociedad se ha liberado de nuestro control e influencia y la hemos dejado ir; no hacemos esclavos a la fuerza. ¿Dice él que la ha salvado? Ha salvado su cuerpo, pero ha permitido, por puro miedo, que su alma se escape, y ahora es un cadáver sin alma, una máquina que aún funciona bastante bien, pero que se despedazará cuando él se vaya”. [3]
 
Después de traicionar, Judas se destruye a sí mismo. Y, según el Maestro de Sabiduría, la Sociedad de Adyar no tiene vida en los planos superiores de consciencia. El Mahatma sabía que los falsos clarividentes cambiarían el movimiento teosófico por completo.
 
Sin embargo, la vida nunca termina, y todos los traidores y perdedores tendrán la oportunidad de redimirse en algún ciclo futuro. Ellos pueden nacer otra vez a partir de su yo superior. Será un nuevo intento. Y, cuando eso ocurra, una nueva página será escrita en el Libro de la Vida.
 
Los varios factores arriba mencionados están presentes en el viaje de todo buscador de la verdad, y las lecciones de Judas son útiles para todos nosotros.
 
Lo que existe en gran escala existe también en pequeña escala, y nadie debería decir o pensar que la experiencia de Judas en el Nuevo Testamento está totalmente alejada de la suya propia. Todo el universo está interconectado. Podemos aprender de todo él, si tenemos la capacidad de hacerlo. Las lecciones de Judas son válidas para cada estudiante y para las asociaciones teosóficas, tanto en el siglo veintiuno como en los siglos futuros.
 
Los peligros y las oportunidades rodean no solo a los individuos, sino también a los grupos e instituciones cuya meta sincera es buscar la verdad. Uno debe nacer cada día con la misma intención noble de ser leal a lo Supremo y a todos los seres. Tal propósito lleva al peregrino a esa felicidad interna cuya fuente es Atma.
 
NOTAS:
 
[1] “Shin Buddhism”, Taitetsu Unno, Doubleday/Random House, Nueva York, 2002, 266 pp., p. 3. 
 
[2] “Shin Buddhism”, Taitetsu Unno, Doubleday/Random House, p. 50.
 
[3]Letters From the Masters of the Wisdom – First Series”, carta 47, páginas 113-114.
 
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El artículo “El Simbolismo de Judas Iscariote” fue traducido del inglés por Alex Rambla Beltrán. Texto original: “The Symbolism of Judas Iscariot”. La publicación en español ocurrió el 22 de agosto de 2022.
 
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