Algunas Lecciones de la Sabiduría
Andina Son Decisivas en el Siglo XXI
 
 
Carlos Cardoso Aveline
 
 
 
Dos imágenes de Wiracocha. La de la derecha es una obra de arte popular
que pertenece a la biblioteca de la Logia Independiente de Teósofos. Las dos
fueron hechas con base en las inscripciones de la “Puerta del Sol” en Bolivia.
 
 
 
 “La religión de los antiguos es la religión del futuro.
Dentro de algunos siglos, no habrá más creencias sectarias
en ninguna de las grandes religiones de la humanidad”.
 
Helena P. Blavatsky, en 1877 [1]
 
 
 
En el momento en que el discípulo está listo, la lección aparece. Cuando la sociedad actual esté dispuesta a rescatar la paz, podrá oír las lecciones que emanan de la elevada cordillera de los Andes. Quedará claro entonces que algunas de las enseñanzas más importantes no son verbales, sino que ocurren en el diálogo con los seres de la naturaleza.
 
Después de siglos de represión, la cultura andina tradicional comenzó a ser revalorizada durante el siglo XX. Durante las próximas décadas, es posible que ella contribuya significativamente a la construcción de una civilización global fraterna.
 
Los pueblos andinos han estado ejerciendo una atracción creciente sobre millares de personas  de todas las partes del mundo. Herederos del legendario continente perdido de la Atlántida, ellos poseen una sabiduría y una experiencia milenarias. La cordillera de los Andes alberga centros magnéticos que influencian la vida oculta y la fisiología sutil del planeta Tierra. Por varios niveles de motivos, el mundo andino tiene un papel que cumplir en la transformación cultural necesaria para la transición hacia una civilización sustentable.
 
Las montañas nevadas, la música encantadora de las quenas y el contacto directo, calmo y respetuoso del hombre con la tierra, con el agua y el sol, constituyen un vasto mensaje no-verbal que nuestra civilización debe asimilar, para que pueda rescatar el camino del corazón y vencer los desafíos éticos, ecológicos y sociales que la amenazan.
 
No se trata de idealizar ciegamente las culturas andinas. En varios aspectos, ellas están erradas y no enseñan nada útil. Es el caso de la práctica precolonial de sacrificar seres humanos, o de sacrificar animales, como la llama. Otros ejemplos son las numerosas creencias supersticiosas y el uso intensivo de bebidas alcohólicas en ceremonias religiosas populares.
 
La teocracia inca, comparada por Helena Blavatsky al sistema de castas de la India, no será útil para la próxima civilización. Tampoco lo será la perspectiva tribal de la vida. El conocimiento eterno no está en la cáscara envejecida de la cultura andina, en la cual los sacrificios con sangre parecen corresponder a los tiempos de la decadencia final, poco antes de la llegada de los españoles. Y aun en el siglo XXI no faltan falsos gurús de la “sabiduría andina” que usan un barniz de espiritualidad como pretexto para ganar dinero.
 
La sabiduría útil para las próximas etapas de la evolución humana está en la esencia invisible a los ojos – la doctrina del corazón -, cuya base es la noción de la unidad de todos los seres en el cosmos, vivenciada por las culturas aimara y quechua.
 
La filosofía andina reconoce que cada aspecto de la vida diaria forma parte de un proceso divino, el cual incluye al mismo tiempo lo material y lo espiritual. Esta idea es un axioma de la filosofía teosófica. Es también defendida por el filósofo occidental Spinoza.
 
Para los andinos no existe la disociación – inventada por el cristianismo – entre el mundo divino y el mundo material.
 
En la cultura andina, la madre tierra, Pachamama, es sagrada. Como toda madre, la tierra es casi omnipresente en la vida de sus hijos pequeños; está siempre cerca de ellos; es ella la que los alimenta a través de la agricultura; es ella la que les da abrigo a través de las casas de barro, vistas como extensiones de los brazos maternos. “La analogía de la madre reproductora y la tierra reproductora es evidente y fácil de percibir”, escribe el estudioso Homer L. Firestone. “Las cuerdas que ligan al padre pueden ser ocultas y desconocidas, pero son más evidentes las de madre a hijo.” [2]
 
Comparado con el ciudadano occidental típico, el hombre andino tiene su conciencia más centrada en el hemisferio cerebral derecho – el cual percibe las cosas de modo simultáneo y por analogía – que en el izquierdo, caracterizado por la lógica lineal y por las operaciones secuenciales. La consciencia andina es naturalmente mística. En el occidente cristiano, Francisco de Asís hizo en su famoso “Cántico de las criaturas” una oración panteísta, tratando a la luna, el sol, el fuego, la tierra, el agua y el viento como sus hermanos. Del mismo modo, los habitantes tradicionales de la cordillera de los Andes saben que la energía sagrada está presente en todas las cosas. Para ellos, además de Pachamama, la madre tierra sagrada, existe la Pacsamama, la madre luna; la Coyamama, la madre metal; Axomama, la madre patata; Saramama, la madre maíz; y Mamacocha, la madre mar. El hombre tiene una actitud de humildad y gratitud en relación a cada aspecto del medio ambiente.
 
Un detalle de las lenguas aimara y quechua – las dos principales del mundo andino – deja clara la predominancia del hemisferio cerebral derecho y de la función intuitiva, no dualista. En aimara, la palabra pacha significa tanto tiempo como lugar. Eso implica que espacio, tiempo y lugar son una unidad indivisible. En quechua, ya hay una diferencia mínima entre lugar (pach) y tiempo (pacha). En Occidente, se sabe que espacio y tiempo son conceptos inseparables cuando son vistos desde niveles superiores y abstractos de conciencia. Así, de cierto modo, Pachamama no es solo nuestra madre tierra, sino también nuestra madre espacio-tiempo, la madre materia, Maya, María, la virgen primordial que da nacimiento y vida al mundo físico, según la tradición esotérica presente en todas las grandes religiones. “La unión del espacio y el tiempo en pachamama produce un sentido de infinitud: muestra el lado inmaterial de ella”, escribe Homer L. Firestone.
 
Durante los últimos siglos, el avance civilizatorio liderado por los pueblos de origen europeo ha girado en gran parte en torno a la actividad separadora del hemisferio cerebral izquierdo. Separamos cielo y tierra, bien y mal, luz y sombra. Separamos lo sagrado y lo profano, el hombre y la naturaleza. Acentuamos la distancia entre pobres y ricos, aumentamos la distancia entre el mundo humano y el mundo divino, y aprendimos a separar las partículas atómicas, creando el fantasma de las guerras nucleares.
 
En el siglo XXI, ese ciclo está agotado y nuestro aprendizaje avanza por nuevos rumbos. Surgen poco a poco los elementos de una futura civilización que redescubrirá la síntesis. En ella, la ciencia deberá ser interdisciplinaria e inseparable de la ética. La religiosidad será desburocratizada y universal. Las filosofías serán comparadas, y el diálogo intercultural prevalecerá.
 
La consciencia humana se desplaza nuevamente hacia el hemisferio cerebral derecho, ganando amplitud a medida que avanza en dirección al plano de la intuición, pero sin perder nada de lo que ganó con el desarrollo del hemisferio cerebral izquierdo, lógico, sucesivo – eficiente en el mundo concreto.
 
En ese retorno al camino de la percepción integrada de las cosas, la conciencia humana reencuentra y recupera las tradiciones, las visiones del mundo y los modos de ser de la cultura andina antigua y de otros pueblos indígenas americanos. No se trata de un regreso al pasado. Es el pasado el que regresa a nosotros, emergiendo cíclicamente de las sombras del olvido. El hecho ocurre de una manera que nos posibilita comprender y hacer viable el futuro. Porque el tiempo avanza en espiral: el hilo dorado de la eternidad nos lleva al futuro rescatando creativamente la esencia de las experiencias pasadas.
 
Los mitos andinos antiguos integran en sí el conocimiento filosófico, cosmológico e histórico.  En este contexto, Wiracocha, el dios creador, interactúa con Pachamama, la madre tierra. Como toda figura paterna, Wiracocha impone límites. Este dios masculino dio a la humanidad tres mandamientos:
 
“No mentir (ama llulla), no ser flojo (ama k’ella) y no robar (ama sua).” [3]
 
Vale la pena comparar estos mandamientos con el libro II de los Yoga Sutras de Patanjali, el gran tratado oriental de Raja Yoga. Allí vemos cinco votos de abstenciones o autorrestricciones [yama]:
 
* Abstención de violencia [ahimsa];
 
* Abstención de falsedad [satya];
 
* Abstención de robo [asteya, que va mucho más allá del mero robo de objetos físicos];
 
* Abstención de indulgencia [brahmacharia], y
 
* Abstención de codicia [aparigraha]. 
 
La correspondencia entre las abstenciones de Raja Yoga y los tres mandamientos de Wiracocha es directa. Satya  es no mentir. Asteya es no robar. Y no ser flojo incluye tres factores de Yoga: brahmacharia, la renuncia a la indulgencia y a la pereza; aparigraha, el abandono de la codicia; y ahimsa, el abandono de la violencia.
 
Este es un ejemplo, entre muchos, del hecho de que hay una sabiduría universal, y ella está presente tanto en los Andes como en el Oriente. De ese saber teosófico sin fronteras participan también las civilizaciones antiguas de Grecia y Roma. Los preceptos vistos arriba apuntan a la esencia de la filosofía estoica y de la tradición pitagórica y platónica.
 
Wiracocha es una de las principales divinidades andinas. El mito milenario cuenta que, al comienzo de todo, Wiracocha emergió del fondo del lago Titicaca, símbolo de las aguas primordiales del cosmos. Y Wiracocha hizo al sol, la luna y las estrellas. Después creó al pueblo andino infundiendo vida al interior de estatuas de piedra.
 
La imagen simbólica de las estatuas de piedra se refiere a las formas sutiles primordiales – o modelos – de los seres humanos depositadas en la luz astral desde manvántaras anteriores, esto es, desde los períodos previos de manifestación de la vida en el cosmos. La dureza de las piedras simboliza la larga durabilidad de tales imágenes arquetípicas. Wiracocha no creó a los hombres a partir de la nada por un motivo bastante simple: la naturaleza es eterna y en ella nada se crea, nada se pierde, todo se transforma. Todo se recicla constantemente, conforme afirma la ley de Lavoisier,  y también el libro bíblico del Eclesiastés (capítulo 1), y la filosofía esotérica clásica de H.P. Blavatsky.
 
Es famosa la imagen de Wiracocha grabada en la Puerta del Sol, en las ruinas de la cultura  Tiahuanaco, a las orillas del lago Titicaca. Él usa el sol como corona, o sea, el sol es su vehículo físico y externo, según explica la Sra. Blavatsky. Wiracocha lleva – a manera de armas – rayos en sus manos, y llora derramando lágrimas cuyo simbolismo es doble: ellas expresan tanto la compasión, en el plano moral y espiritual, como las lluvias que purifican y renuevan la vida física. Uno de los numerosos dioses hindúes, Brahma, también llora. Su llanto es de arrepentimiento, y expresa autopurificación. [4]
 
Wiracocha combina, por tanto, la severidad del relámpago con la compasión universal de la lluvia fertilizante.
 
La figura personalizada de Wiracocha simboliza no solo la ley del karma, sino también el conjunto de las inteligencias divinas que guían la evolución de la vida planetaria. Vencida cierta etapa después de la “creación”, Wiracocha queda “insatisfecho” con los seres humanos. En el momento adecuado del ciclo evolutivo, Wiracocha barre el mundo con una inundación, eliminando la raza de gigantes que habitaba la vasta Atlántida. A continuación, Wiracocha hace otros hombres mejores, también a partir de la piedra, como la primera vez, o sea, a partir de las imágenes primordiales de la luz astral.
 
En la física moderna, el concepto de orden implicado formulado por David Bohm permite explicar el proceso por el cual Wiracocha creó al hombre: hay un orden implicado o un arquetipo que se manifiesta de tiempo en tiempo en el mundo visible como presencia explícita. El concepto de campo mórfico, formulado por el biólogo Rupert Sheldrake, apunta a la misma realidad.
 
Según la literatura teosófica, las primeras razas humanas no usaban cuerpos físicos. Solo la tercera y cuarta razas tenían cuerpos, los cuales eran mucho más grandes que nuestro organismo actual, según revela Helena Blavatsky en “La Doctrina Secreta” [5]. De hecho, las leyendas y tradiciones de todos los pueblos hablan sobre la existencia pasada de seres gigantescos – animales y humanos – y la cultura andina está lejos de ser una excepción.
 
La inundación, usada como instrumento para eliminar a los hombres que Wiracocha creó y con los cuales estaba insatisfecho, corresponde naturalmente al gran diluvio de la narración judía, adoptada por los cristianos. Pero el hecho también equivale a la inundación de la Atlántida, sobre la cual escribió Platón. La catástrofe ocurrió cuando la mayor parte de la población del continente había caído en un egoísmo desenfrenado, dejando de corresponder al propósito de la evolución, que es el autoperfeccionamiento. Todas las tradiciones culturales y religiosas establecen una relación de causa y efecto entre la ética de un pueblo y el ciclo geológico y ambiental al cual él está ligado y del cual depende. Los ciudadanos de la primera mitad del siglo XXI tienen motivos para reflexionar sobre este punto.
 
Es interesante registrar que, para evitar un nuevo fracaso de su creación, Wiracocha pasó a caminar personalmente entre los hombres, disfrazado de un pobre mendigo harapiento, pero enseñando cosas útiles al progreso civilizatorio; y él también hacía milagros. Es común, en la mitología hindú, que grandes dioses aparezcan entre los hombres caracterizados como mendigos. Esa imagen simboliza la presencia constante de sabios y mensajeros divinos entre los humanos – aunque casi siempre estén de incógnito. Los dioses-mendigos no siempre son reconocidos.
 
Una de las principales lecciones que el mundo andino nos transmite es, pues, la de que el egoísmo lleva – no solo a un individuo, sino también a una civilización – a la decadencia. Es por el altruismo como se consigue la regeneración de la vida.
 
La tradición de los Andes enseña que la energía divina del cosmos está presente en los árboles, en los ríos, en las piedras, estrellas y montañas, así como en las plantas y los animales. Esta es también la enseñanza de las filosofías asiáticas, y un maestro de los Himalayas afirmó, refiriéndose al espíritu universal:
 
“Cada grano de arena, cada pedrusco o roca de granito, es ese espíritu [cósmico] cristalizado o petrificado”. [6]
 
Enrique Rocha Franz, un estudioso boliviano, explicó a finales del siglo XX:
 
“La religiosidad Andina Tradicional está fundada en la percepción de la Potestad manifiesta de la Sacralidad o Dignidad tutelar de los Elementos Vitales de la Naturaleza de cada entorno territorial, y resumidos en la Potestad matricial y maternal de la PACHAMAMA [madre-tierra].  La relación fundamental, tanto humana como Cosmo-comunitaria, por lo mismo, no es de adoración sino de RECIPROCIDAD entre el DAR, el RECIBIR y el RETRIBUIR. Interrelación solidaria profunda e íntima, tanto entre las personas como con las potestades de la Tierra y el Cosmos y de las cuales dependen las relaciones de producción…”.
 
Y además:
 
“Constituimos un mundo de Intimidad Familiar a todo nivel, humano, terrestre, o Cosmocircunstancial temporal. Dialogamos, conversamos con cada uno de los Elementos de la Naturaleza, resumidos en Tierra, Agua, Aire, y Calidez Solar, que son potestades sagradas.” [7]
 
La filosofía andina antigua ve al hombre como integrado a todos los seres. Ella supera el intelectualismo frío que aún hoy ilude a vastos sectores de nuestra civilización. La reanudación de la motivación altruista es parte de nuestro despertar. Sin embargo, el sentimiento correcto y profundo no niega el uso de la razón. Al contrario, amplía su alcance, porque un mundo emocional purificado coloca a la razón humana al servicio del bien colectivo y de la verdad universal.
 
Para la sabiduría andina, cada gesto humano y cada aspecto de nuestra vida cotidiana deben formar parte de un gran ritual permanente de celebración de la vida y del cosmos. Los dioses andinos son inseparables de lo cotidiano. Por eso, la patata y el maíz están vinculados a seres divinos. Plantar es sagrado. Cosechar es sagrado. Separar las semillas para las plantaciones del próximo año es un ritual sagrado. Construir una casa es algo que se hace en presencia de los dioses. Hay una unidad fundamental entre lo cotidiano y lo sagrado. Cada una de nuestras actitudes forma parte de la vida del cosmos, y, consecuentemente, necesitamos actuar de modo correcto.
 
Después de siglos de destrucción colonial y neocolonial, la resistencia cultural andina ha estado produciendo frutos y se aproxima a una nueva primavera. Surge paso a paso una autoestima colectiva en los pueblos andinos. En el área científica, desde el siglo XX  numerosas investigaciones han mostrado la importancia de las culturas de la cordillera sudamericana. Los avances arqueológicos son un ejemplo de ello. Al norte de Chile, en un lugar llamado El Morro, se descubrieron, en 1983, noventa y seis momias cuya antigüedad se calcula – gracias a pruebas con carbono 14 – que es de cerca de 7800 años. Estas reliquias son varios millares de años más antiguas que las momias egipcias. El proceso usado para la momificación es más complejo que el que se usaba en Egipto. Este hecho refuerza las afirmaciones de la filosofía esotérica según las cuales había civilizaciones avanzadas habitando esas tierras hace decenas, e incluso cientos de miles de años – y ellas dominaban la escritura.
 
De hecho, al contrario de lo que la ciencia convencional afirmaba hasta hace poco – pero confirmando las afirmaciones de Helena Blavatsky en el siglo XIX – existen pruebas e indicios suficientes para confirmar que los pueblos andinos usaban la escritura jeroglífica, tal como lo hacían los egipcios.
 
Investigadores como Dick Edgar Ibarra Grasso, Aldo Ottolenghi y más recientemente José Huidobro Bellido juntaron una masa impresionante de evidencias, como por ejemplo inscripciones en piedras y estatuas, textos escritos sobre cuero, e incluso la estatua de un escriba, en Cuzco, la cual representa a un hombre que lee jeroglíficos escritos en una tableta que lleva en sus manos. Los investigadores registraron 12 tipos diferentes de escritura. [8]
 
Décadas antes de que fuesen divulgadas estas evidencias sobre el uso de la escritura en el mundo andino tradicional, Helena Blavatsky escribió en “La Doctrina Secreta”, obra publicada en 1888:
 
“Los miembros de varias escuelas esotéricas, cuya sede central está más allá de los Himalayas, y cuyas ramificaciones pueden ser encontradas en China, en Japón, en la India, en el Tíbet e incluso en Siria, además de América del Sur, afirman poseer la suma total de las obras sagradas y filosóficas, en volúmenes manuscritos e impresos; todas las obras, de hecho, que ya fueron escritas, en todos los idiomas o caracteres, desde que comenzó el arte de escribir, incluyendo los jeroglíficos ideográficos, el alfabeto de Cadmo, y el Devanagari”. [9]
 
En este fragmento Blavatsky sugiere que la ramificación sudamericana – léase, andina – de una biblioteca esotérica global posee textos generados en esa parte del planeta hace muchos siglos. Al decir eso, ella anticipó en más de 50 años la tesis de los investigadores del siglo XX. Pero ella también afirmó más expresamente – en otros textos – que los andinos disponían de la escritura en tiempos anteriores a la época de la llegada de los europeos. En verdad, la escritura fue inventada en la Atlántida, y no en Fenicia, y era inicialmente ideográfica y cifrada, como en los Andes. [10]
 
El redescubrimiento de la sabiduría universal de los Andes es uno de los elementos por los cuales la sociedad humana puede reunificarse con su propia esencia, y así eliminar las fuentes innecesarias de dolor. La filosofía esotérica muestra cómo la tarea puede llevarse a cabo.
 
En este amplio contexto, los mandamientos éticos de Wiracocha – no mentir, no ser flojo y no ser deshonesto – constituyen parte del legado andino para la civilización del futuro.
 
NOTAS:
 
[1] “Ísis Sem Véu” (“Isis sin Velo”), Helena Blavatsky, Ed. Pensamento, SP, Brasil, edición en cuatro volúmenes, ver volumen II, p. 281. En la edición original en lengua inglesa, ver “Isis Unveiled”, Theosophy Co., Los Angeles, 1982, volumen I, p. 613. La primera edición fue publicada en 1877. “Isis Unveiled” está publicada en nuestros sitios web asociados.
 
[2] “Pachamama en la Cultura Andina”, de Homer L. Firestone,  Ed. Los Amigos del Libro, La Paz, Bolivia, 1988, 135 pp., ver p. 23.
 
[3] “Pachamama en la Cultura Andina”, obra citada, p. 39.  
 
[4] Sobre el llanto de Brahma, véase “Isis Unveiled”, obra citada, volumen I, p. 265. En la edición brasileña, “Ísis Sem Véu”, obra citada, volumen I, p. 317. 
 
[5] “La Doctrina Secreta” (“The Secret Doctrine”). La traducción al portugués paso a paso de la edición original de esta obra está publicada en los sitios web asociados.  Haga clic para ver la edición en inglés, “The Secret Doctrine”.
 
[6] “Las Cartas de los Mahatmas”, Ed. Teosófica, Barcelona, 1994, Carta 15,  p. 131. El libro está disponible en los sitios web asociados
 
[7] “Visión Cósmica de la Religiosidad Andina Tradicional”, texto del investigador Enrique Rocha Franz del Centro de Culturas Andinas, CECUA. Documento dactilografiado de dos páginas, transcripción de una conferencia dada en Bolivia en enero de 1998.  
 
[8] “La Verdadera Escritura Aymara”, de José Huidobro Bellido, Freddy Arce Helguero y Pascual Quispe Condori, Ed. Producciones CIMA, La Paz, Bolivia, 1994, 141 pp. Sobre la escritura andina, vea también la obra “La Verdadera Historia de los Incas”, de Dick Ibarra Grasso, Editorial “Los Amigos del Libro”, La Paz / Cochabamba, 1978, 648 pp., especialmente pp. 208 y siguientes.
 
[9] “La Doctrina Secreta”, traducción (al portugués) paso a paso disponible en los sitios web asociados. Véase la página 15. En la edición original en inglés (“The Secret Doctrine”), véase el volumen I, p. XXIII.
 
[10] Véanse los primeros párrafos de la parte IV del texto “Una Tierra de Misterio”.  H.P.B., en el prefacio de “La Voz del Silencio”, menciona elementos comunes entre la escritura andina, la escritura de otros pueblos americanos y el Senzar, el idioma esotérico de los Iniciados orientales. La semejanza entre los lenguajes escritos de la América precolonial y el Senzar también queda clara en la página 439, volumen II, de “The Secret Doctrine”, de H.P.B., edición original. Allí, HPB afirma que la escritura fue inventada por los atlantes, y no por los fenicios, y menciona la escritura ideográfica de los indígenas norteamericanos, basada en una combinación de imágenes de pájaros y otros animales. Las evidencias disponibles de los lenguajes escritos andinos tienen frecuentemente las mismas características. 
 
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El artículo “La Teosofía de los Andes” es una traducción del portugués y ha sido hecha por Alex Rambla Beltrán, con apoyo de nuestro equipo editorial, del cual forma parte el autor. Título original y link: “A Teosofia dos Andes”. La publicación en español ocurrió el 03 de febrero de 2019.
 
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