El Impacto Histórico de la
Obra del Inca Garcilaso de la Vega
Luis E. Valcárcel
Jean-Jacques Rousseau y la primera edición de los Comentarios Reales,
dedicada a la princesa Catarina de Portugal, Duquesa de Bragança (1540-1614).
Pocas culturas como la incaica han despertado tantos y tan contradictorios juicios: desde la ardiente apología hasta la condenación apasionada. La originalidad de sus formas sociales y políticas significó el más vivo contraste con la organización europea. Publicistas y literatos de España, de Francia, de Italia se interesaron por las cosas del fantástico y remoto Perú, y el libro del inca Garcilaso de la Vega [1] hubo de alcanzar extraordinario relieve. Era otro modo de ser humano el que describía el cronista cusqueño: una sociedad mejor alentaba al otro lado del mundo.
Desde que ella fue revelada, inquietó al espíritu occidental – como un fermento ideológico – la reforma de las estructuras política y económica. Desde la república de Platón, la inteligencia no había imaginado un nuevo plan estadual tan vasto y perfecto como el Imperio de los Incas. Elucubraciones fragmentarias de filósofos no alcanzaron a crear el organismo de una sociedad más justa.
Los relatos del descubrimiento, las novelescas narraciones de los viajeros ultramarinos, las primeras crónicas de América forjaron la representación del país de la maravilla. Pero sólo cuando “Los Comentarios Reales” son lanzados por la imprenta y llegan a las universidades y al retiro de los estudiosos con el mensaje de la cultura incaica, el mundo europeo recibe la simiente de sus futuras transformaciones. Y así como en la esfera económica los nobles productos peruanos resuelven el problema de la alimentación de Europa, suprimiendo para siempre el espectro del hambre, en la esfera ideológica el germen de la reforma socialista se traslada del Perú por el poderoso vehículo del pensamiento.
Puede ser fácilmente reconstituido el proceso de esta influencia: desde que Campanella, sugestionado por la lectura de Garcilaso, concibe su genial “Civitas Solis”, hasta Trimborn, el sociólogo alemán que estudia la estructura político-económica de los incas, se han sucedido legiones de simpatizantes o detractores.
La dramática existencia de Campanella hizo más leída la “Ciudad del Sol”, que circulaba impresa desde 1630. Seis años antes, en España, Murcia de la Llana era un fervoroso incaísta. Y en 1627, Francis Bacon publicaba en Inglaterra su “Nueva Atlantis”, sin ocultar su versación en ciencia política peruanista.
Parte principal cabe al hechizo de la Perfecta en la ideología de la Enciclopedia, en el romanticismo político de Francia. Es en tierra de Rousseau donde los incas encuentran el más propicio campo; ahí se acoge todo relato, cualquier romance peruano, con la más encantadora credulidad. En ninguna parte como en la racionalista y límpida Francia jugaron mejor los geniecillos de la cultura de Manco.
Ya desde 1633, el editor M. Augustín Courbé había satisfecho la demanda de miles de lectores con una traducción francesa de “Los Comentarios”, traducción de M. Baudoin, que 25 años después vierte también la “Historia de las guerras civiles de los españoles en las Indias.”
¿Cómo olvidar que las más encendidas protestas contra la alevosía del conquistador salieron de Francia? Simpatía universal por “Les Inca” caracteriza el siglo francés. Los amores de una ñusta inspiran los “Indes galantes” de Rameau; y el padre Voltaire escribirá su “Alzire” refiriéndolo a hechos análogos e insistirá en sus ensayos filosóficos y particularmente en el “Essai sur les moeurs” sobre cosas incaicas, demostrando haber leído a Garcilaso y otros autores bien informados.
Boissi y Rochon de Chabanes, Du Rozoi y Le Blanc llevan a la escena personajes del imperio: de 1735 a 1770, el teatro de París registra en las tablas una “menagerie des hommes heureux” extraídos del fabuloso Incario.
El amor de las exóticas princesas hará escribir a Mme. De Graffigny sus “Lettres d’une Peruvienne”.
En 1777 obtendrá el más resonante éxito literario y social la novela de Marmontel “Les Incas ou la destruction de l’Empire du Perou”.
La influencia literaria de estas obras y muchas más ha de ser persistente e incrementada por el favor [con] que la Gran Enciclopedia discierne a la ejemplar república.
Contribuyó poderosamente a esta crecida ola de incaismo la ratificación optimista de viajeros científicos como La Condamine y Bougainville que retornaban deslumbrados de aquel mundo milagroso de las Américas.
Pero el entusiasmo por lo incaico no sólo partía de las filas de literatos y sabios seglares, contagiaba a los propios religiosos, y pese al esfuerzo por mantener la línea, el abate Raynal no puede ocultar su franca simpatía por quienes habían servido de directo modelo de su orden en las reducciones del Paraguay. Otro abate, el buen “abbé Genty”, dos años antes de la Gran Revolución, elogia la organización inca con entusiasmo y fervor, afirmando la parte considerable con que el descubrimiento de América contribuye al bienestar del género humano.
Si Campanella titula su “Civitas Solis” [La Ciudad del Sol] como para reconocer expresamente que el Imperio de los Incas fue su arquetipo, Morelly inventa su “Basiliada del célebre Pilpay”, en que relata las peripecias del “naufragio de las islas flotantes” y admira la sabiduría del código de la naturaleza, tomado enteramente de las leyes incaicas.
Mas, en Francia, puede reclamar la primacía en el tiempo Montaigne, que ya en sus “Ensayos” ponderaba las virtudes de los americanos: había leído a Gomara y a Benzoni.
El socialismo incaico no interrumpe su influencia al terminar el siglo XVIII. En el Ochocientos, se reaviva el interés por América y por el Perú con el drama de la emancipación. Vuelve el remoto hemisferio a reclamar su sitio en la actualidad.
Si Floranes en 1797 y Flores Estrada en 1839 buscan en la organización incaica el apoyo de sus tesis socialistas en plena metrópoli ibérica, Cabet en 1840 escribe en París su “Voyage a Icaria”. Sansimonismo, fourierismo arrancan directamente de esta tradición socialista francoperuana. Nuevos viajeros galos exploran las Américas y refrescan los conocimientos sobre el país de maravilla. D’Orbigny recorre todas las comarcas y profundiza en el alma del paisaje y en el espíritu de las razas.
Junto a los apologistas, a los escritores ditirámbicos, oponen su negación los detractores. El abate Pauw, el historiador malhumorado, disiente en forma agresiva; es la contrafigura, la franca disonancia. Cerca de él está la incomprensión anglosajona: Adam Smith. Pero, frente a ambos, surge la simpatía lindante con la adoración; el conde de Carli, el aristócrata italiano, que exclama:
“Me siento peruano, porque rebosa en mi la idea de lo que fue el antiguo imperio. ¡Cuánto querría realizar en algún rincón del mundo un parecido sistema! Sentiría una perfecta felicidad en los años que me restan de vida.”
Cientos de escritores, de filósofos, de artistas toman un u otro partido.
En la historia de la doctrina socialista debe quedar establecido el papel principal del sistema incaico. [2]
NOTAS:
[1] Una de las mejores ediciones de los “Comentarios Reales” está en las “Obras Completas del Inca Garcilaso de la Vega”, Ediciones Atlas, Madrid, España, 1965, cuatro volúmenes.
[2] En tanto a la relación entre socialismo y el sistema incaico, queda claro que la experiencia incaica inspira al socialismo utópico y está en armonía con las ideas teosóficas de la fraternidad universal y de la compasión para con todos los seres. El socialismo materialista, sin embargo, trata en general de ver a la vida como si ella fuera un proceso meramente físico y económico, porque el marxismo no percibe ni reconoce la existencia del alma. Hay excepciones, entre los marxistas, entre las cuales está Erich Fromm. Pero Fromm no llegó a ser plenamente un marxista. (CCA)
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El texto “La Utopía de los Andes Cambió el Occidente” está publicado en los sitios web asociados desde el 31 de marzo de 2022. Fue reproducido del libro “Mirador Indio”, de Luis E. Valcárcel, primera serie, apuntes para una filosofía de la cultura incaica, Lima, Perú. El volumen fue impreso en los talleres gráficos del Museo Nacional de Perú, en 1937, y tiene 140 páginas. Ver las páginas 126 a 131.
El pensador peruano Luis E. Valcárcel (foto) nació el 8 de febrero de 1891 y vivió hasta 1987.
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