La Síntesis y la Condensación de los Sueños
Alberto Flores Galindo
La utopía andina es una creación colectiva elaborada a partir del siglo XVI. Sería absurdo imaginarla como la prolongación inalterada del pensamiento andino prehispánico.
Para entenderla puede ser útil el concepto de disyunción. Proviene del análisis iconográfico[1] y se utiliza para señalar que en la situación de dominio de una cultura sobre otras, los vencidos se apropian de las formas que introducen los vencedores pero les otorgan un contenido propio, con lo que terminan elaborando un producto diferente. No repiten el discurso que se les quiere imponer pero tampoco siguen con sus propias concepciones.
Algo similar ocurrió con la conquista del Perú. Para entender ese cataclismo, los hombres andinos tuvieron que recomponer su utillaje mental. El pensamiento mítico no les hubiera permitido situarse en un mundo radicalmente diferente. Tampoco podían asumir el cristianismo ortodoxo. Los personajes podrán ser los mismos – Cristo, el Espíritu Santo, el Rey – pero el producto final es inconfundiblemente original. América no realiza sólo las ideas de Europa. También produce otras.
El concepto de disyunción fue introducido en la historia andina por George Kubler y después por Francisco Stastny en sus estudios sobre arte popular. Muestra allí cómo los tejidos, los mates burilados, la platería, las maderas pintadas, el trabajo sobre arcilla que integran la imaginería de un artesano contemporáneo implican no una asimilación de tradiciones occidentales y andinas, sino la innovación y la inventiva. Ni repetición ni calco. Algo diferente. El mejor ejemplo que alcanza a proponernos es el retablo:
“En él se congregan los protectores de las especies autóctonas en la forma del cóndor y otras aves, mensajeros del Espíritu de la Montaña (Apu), y los protectores, o sea las huacas propias de los animales europeos, que vienen a ser los santos citados y cuya función es hacer posible la integración del ganado foráneo al cosmos indígena, donde todas las bestias ya poseen sus correspondientes huacas.” [2]
Retablo es el nombre que recibe en el Perú una especie de cajón de imaginero dividido en dos pisos: en la parte superior aparecen los santos católicos generalmente bajo las alas de un cóndor y en la parte inferior los animales, escenas de la herranza o un misti y un campesino. El mundo de arriba y el mundo de abajo. El cosmos condensado. El retablo es un altar portátil. Un lugar sagrado, fácil de transportar, que se puede llevar a los rituales que tienen lugar en el campo o ubicar en cualquier vivienda. Su historia se remonta a las capillitas de santero que vinieron con los conquistadores.
Al comenzar el siglo XVIII se hicieron los primeros retablos, por sus dimensiones eran considerablemente mayores que las actuales: los santos estaban esculpidos en piedra o madera. Con el tiempo se fueron reduciendo hasta que durante el siglo XIX adquirieron la forma de un cajón. Los retablos se usan en Ayacucho y al parecer se empleaban en otros lugares de la sierra central y sur, vinculados a la ceremonia de herranza del ganado. En su propagación intervino la posibilidad de transportarlo a lomo de mula, como parte de las mercancías que llevaban de un pueblo a otro los arrieros. El área de difusión del retablo, que se superpone al mapa de la utopía andina, corresponde a los territorios atravesados por la gran ruta andina que unía, desde el siglo XVIII, a Lima con Buenos Aires, al Pacífico con el Atlántico.[3]
En la parte peruana, los hitos principales de esa ruta eran ciudades en las que se fueron estableciendo artesanos y desde las cuales surgieron tradiciones artísticas, como Puno, Cuzco, Huamanga y Huancayo. En la historia del retablo se encuentran los campesinos del interior que requieren de esta huaca portátil, los arrieros que pueden transportarlo y los artesanos diestros en su elaboración. [4] Al final queda poca semejanza entre el retablo y la capilla de santero española. La palabra sigue siendo europea, pero en el Perú designa a un objeto diferente. Es similar la historia de la utopía andina.
Las definiciones sólo quedan completas al final. Por eso deberían figurar siempre en las conclusiones y no en las primeras páginas. La utopía andina no es únicamente un esfuerzo por entender el pasado o por ofrecer una alternativa al presente. Es también un intento de vislumbrar el futuro. Tiene estas tres dimensiones. En su discurso importa tanto lo que ha sucedido como lo que va a suceder. Anuncia que algún día el tiempo de los mistis llegará a su fin y se iniciará una nueva edad.
Los relatos míticos encierran la misma capacidad de síntesis y condensación que los sueños.
NOTAS:
[1] Erwin Panofsky: “Renacimiento y renacimientos en el arte occidental”, Madrid, Alianza Editorial, 1975.
[2] Francisco Stastny: “Las artes populares del Perú”, Madrid, Edubanco, 1981, p. 58. Sobre el retablo ver también a Elizabeth Acha: “Aproximación a la cultura andina a través de una manifestación plástica: San Marcos y retablos ayacuchanos”, Lima, Memoria de Bachillerato, Universidad Católica, 1984.
[3] Emilio Mendizábal: “La difusión, aculturación, y reinterpretación a través de las cajas de imaginero ayacuchanas”, “Folklore Americano”, año XI, número 11-12, Lima, 1963.
[4] Pablo Macera: “Retablos andinos”, Lima, Instituto Nacional de Cultura, sin fecha.
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El texto “La Utopía en el Retablo Andino” fue publicado en los sitios web de la Logia Independiente de Teósofos el 01 de diciembre de 2024. Forma parte también de la edición de enero de 2022 de “El Teósofo Acuariano”, pp. 6-8, bajo el título “El Retablo Andino y la Visión de una Nueva Edad”. El artículo es reproducido del libro “Buscando un Inca: Identidad y Utopía en los Andes”, de Alberto Flores Galindo, Ediciones Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 1986, 400 páginas. Ver pp. 81-83.
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