Es Hija del Sol la Raza Andina, y Son
Hijos del Sol los Emperadores del Cusco
Luis E. Valcárcel
Luis E. Valcárcel y la humilde tapa de la edición de 1937 de “Mirador Indio”
El protagonista de la vida cósmica es el Sol. Preside todos los actos de la existencia, y de su autoridad suprema depende lo creado; en diversa jerarquía, los seres se aproximan a él. La luna es hermana y mujer. Venus, la de la crespa cabellera, le asiste inseparablemente. Sus dominios puéblanse de hombres y animales, de plantas en variadas especies; representan en lo alto el principio de las cosas. (Arquetipos de Platón, las Madres goethianas.)
Todos los árboles de la tierra tienen su árbol celeste, y las flores y los frutos son adorno y atractivo del huerto solar. Rebaños de llamas, fieras y réptiles, cuanto existe sobre el haz del planeta, arriba, en el mundo alto [1], tiene su origen y representación, así de eternos e inmutables. El cielo estrellado es el panorama del propio Ecumene proyectado de abajo arriba. Contémplalo el hombre de los Andes en sus largas noches silenciosas, desde cerca, desde la altitud de su hogar cordillerano. En coloquio sin palabras, el inca establece el ininterrumpido comercio de anhelos y temores, de esperanzas y recompensas que forma el complejo de su religión. La noche propicia el vuelo místico del alma quechua hacia ese otro universo en que no se muere.
Pero el día es la realidad. La presencia del Sol absorbe todas las energías y su presencia impele al trabajo, a la producción, a la creación. El indio es un contemplativo nocturno; puebla las sombras con la teoría legendaria de semidioses y guerreros, o escruta el cielo para descifrar el misterio del futuro inmediato. Largas pláticas y pintorescas narraciones desenvuelven el rollo sin fin de sus consejas y relatos místicos. Sabe leer el destino, deletreando en la escritura de nubes y estrellas.
Tempestades próximas, sequías, granizo, lluvia abundante, buenas o malas cosechas, buen o mal tiempo, ¿qué más podía interesarle? El quipus celeste es su biblia. Sol, Luna, estrellas, nubes son su oráculo infalible. Mezclaron en la historia de los reyes la de los dioses; y el inca y el Sol caminan a la par. Manco Capac y Mama Ocllo fundan el imperio; el Sol es el padre de toda humana y divina creación. Del mar interior, del sagrado lago, emergen en el principio de los tiempos Sol y Luna; de las mismas linfas surgen el Adán y Eva peruanos. Y caminan hacia el Cusco por el camino solar.
Inti será llamado el rey de los cielos, Inca el soberano de los cuatro estados, Killa, la esposa de Inti, Koya la esposa del Inca. Será asistido el monarca de Tawantinsuyu de femeninas servidoras como el astro jefe. Vivirán en separados palacios Inca y Koya, como separados viven en el cielo Inti y Killa. Cada uno con su cuerpo de adoradores y sirvientes, con su corte, calendario y ceremonial. Presidiría el señor las fiestas y las faenas diurnas: raymis, takis, mink’as, sembrío y recolección. ¿A qué nocturnas ritualidades estaría sometido el culto lunar, interviniendo la emperatriz?
Era el Sol espejo y modelo. Numeroso sacerdocio dedicado estaba a seguirle, observando su diario y eterno recorrido. Filósofos, teólogos, se empeñaban en descubrir el misterio de la noctámbula existencia del Inca celeste. ¿Dónde se acogía para dormir? Viejas leyendas, muy anteriores al Inkario, hablaban de Willkan Uta (la Casa del Sol), cumbre inaccesible de los Andes, como de su nocturno refugio. El máximo sacerdote, Willka-Umu (adivino del Sol) poseía el secreto. ¿No contaba, en el pequeño cenáculo, que en tiempos de universal peligro fue el cóndor quien salvó al rey de los astros en el hueco de altísimo peñascal?
¿Y la primera salida del Sol? Nacido en el Titikaka como la Luna, las estrellas y el hombre, viene hacia el Cusco. En el pico nevado de Vilcanota (Willkan-uta) levanta su morada, de ahí descenderá formando deleitosas vegas [2], valles paradisíacos, marcadas sus huellas de dios agrícola, su camino abierto es el río del Sol (Willka-mayu). Recorre los cármenes de Yukay, Urupampa y Tampu, penetra y se pierde en la floresta, en el océano verde que no surcaron jamás los dulces quechuas cusqueños.
El Rey del Día
Mito solar antiquísimo, del período tiawanaku, es la personificación felínica. El Titi, anfibio, dómine tremebundo de tierra y agua que con sus ojos de fuego ilumina la noche, es en la mitología peruana el más persistente símbolo. Se le encuentra representado en la meseta de Kollawa (Titikaka) con los mismos atributos que en Chavín (Ancash) y es ornamentación barroca en todos los estilos costeños de Chimú a Naska y Parakas. El Sol se humaniza bajo el aticismo incaico. Pierde la terribilidad de su origen zoológico; torna hombre, joven, Apolo andino cantado como padre y benefactor, como esposo prolífico a quien se destina la virginidad de las más bellas y perfectas mujeres del Imperio. Ya no es Willka, o Titi, sino Inti; su culto es agrario; protege los campos, preside el banquete del buen vivir. Cada cambio en su carrera imprime una variación en la danza. Hombre y Sol unifican su ritmo. El Inka ha dominado la tierra.
Ya no es el campo abierto su santuario. Una civilización pujante, una cultura avanzada, ponen a su servicio los primores artísticos; y en el Cusco puede alzarse la maravillosa fábrica de Korikancha. Su propia escultura ha de forjar de oro purísimo. Inti Punchau, Sol rey del día, será adorado de un confín a otro del mundo. Sobre el orgulloso templo, más arriba, como el símbolo de la más alta jerarquía, se erigirá el Intiwasi (la casa del Sol). Y en Pachakamaj, el dios inca pasará por encima de los ídolos postrados.
El Sol tendrá en todas partes sus tierras, sus mujeres y servidoras; ofreceránsele ricos tejidos, sabrosos potajes, flores, frutos primeros, dorada chicha. Los hombres, hijos agradecidos, le saludarán con bellas palabras y alegres músicas. Danzas solemnes, bailes jocundos, juegos, celebrarán la pascua solar. ¿Quién no estará jubiloso cuando él sonríe?
En el invierno, libre el cielo de cendales, brilla el gran disco, fulgurante, deslumbrador; su luz es caricia vivificadora. Alma y cuerpo la reciben como ósculo paternal. El hombre anuda su relación con el Sol (Inti-wat’a).
Fue hija del Sol la raza fundadora. Hijos del Sol los Emperadores del Cusco. Linaje solar tienen los hombres en el Perú.
Porque agricultores son desde muchos miles de años, y por agricultores tan viejos la tierra ha sido cambiada. Los peruanos son artífices insuperados del agro, creadores y transformadores del paisaje. Geógonos.
La historia incaica es mitología solar en sus comienzos; religión, arte, filosofía giran en torno del Sol. En la sociedad de Tawantinsuyu todo está hecho a su imagen y semejanza.
El Inca regula entre los hombres la totalidad del complejo vital, como el Sol, en los cielos, es la fuente biológica que nutre el cosmos.
Descifrando los mitos solares, interpretándolos, se podrá entender el sentido de la cultura incaica.
NOTAS:
[1] El mundo de la luz astral, el akasha. (CCA)
[2] Vega: tierra baja, llana y fértil. (CCA)
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El artículo “Los Mitos Solares” fue publicado en los sitios web asociados el 24 de julio de 2022. Se trata de una reproducción del libro “Mirador Indio”, de Luis E. Valcárcel, primera serie, apuntes para una filosofía de la cultura incaica, Lima, Perú, 1937, impreso en los talleres gráficos del Museo Nacional de Perú, 140 páginas. Ver pp. 43-48.
El pensador peruano Luis E. Valcárcel (foto) nació el 8 de febrero de 1891 y vivió hasta 1987: son cerca de 96 años.
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