Una Visión de las Civilizaciones Antiguas
de los Andes, de América Central y de Norteamérica
 
 
Helena P. Blavatsky
 
 
 
La Puerta del Sol, cerca del lago Titicaca
 
 
 
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Esta es la última de las cuatro
partes en que se divide el texto.
 
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IV
 
Hacer remontar todas estas construcciones ciclópicas al período inca es, como ya mostramos, una incongruencia más patente y una falacia más grande que la muy común de atribuir todo templo de piedra en la India a los excavadores budistas. Según muestran muchas autoridades, entre ellas el doctor Heath, la historia inca data sólo hasta el siglo once, período que, desde el tiempo de la conquista, es totalmente insuficiente para explicar tales obras grandiosas e innumerables. Al mismo tiempo, los historiadores españoles no saben mucho acerca de ellas. Además, debemos tener presente que en aquel entonces los católicos romanos, fanáticos de mentalidad estrecha, execraban los templos paganos y cada vez que se les presentaba la oportunidad, los convertían en iglesias cristianas o los arrasaban. Otra fuerte objeción a la idea deriva del hecho de que los incas no poseían un idioma escrito, mientras estas antiguas reliquias pululan de jeroglíficos. “Es cierto que el Templo del Sol en Cuzco es de origen inca; pero éste es el estilo arquitectónico más reciente entre los cinco visibles en los Andes, cada uno representando, probablemente, una edad de adelanto humano.”
 
Es posible que, para nuestros criptógrafos, como para los incas, los jeroglíficos peruanos y centroamericanos hayan sido, sean y permanezcan siendo letra muerta. Los incas, análogamente a los antiguos chinos y mexicanos bárbaros, conservaban sus archivos por medio de un quipus (o nudo, en el idioma nativo). Este era una cuerda que medía varios pies, compuesta por hilos multicolores a la cual se colgaba una orla policroma. Cada color indicaba un objeto sensible y los nudos servían de cifras. Prescott dice: “La misteriosa ciencia del quipus suministraba a los peruanos los medios para comunicar sus ideas entre ellos y para transmitirlas a la posteridad […].”  Sin embargo, cada localidad tenía su método propio para interpretar estos archivos elaborados. Así, un quipus era inteligible sólo en el lugar donde se guardaba. Heath escribe: “De las tumbas se han exhumado muchos quipus cuyos colores y tejidos se encontraban en un excelente estado de conservación. Pero los labios capaces de pronunciar la clave verbal han cesado para siempre su función y el buscador de reliquias no ha logrado notar el lugar exacto donde cada uno fue encontrado, así, los archivos que podrían comunicarnos elocuentemente lo que deseamos saber, permanecerán sellados hasta que sea revelado todo en los últimos días […].”
 
Siempre que, entonces, se revele algo.
 
Lo que es tan bueno como una revelación hoy, una vez que  nuestros cerebros funcionen y nuestras mentes estén agudamente receptivas a algunos hechos altamente sugestivos, son los incesantes descubrimientos de la arqueología, la geología, la etnología y otras ciencias. Es la convicción casi irreprimible de que el ser humano ha vivido en la tierra, por lo que sabemos, durante millones de años, lo que hace de la teoría de los ciclos la única plausible para solucionar los grandes problemas humanos, el ascenso y el descenso de innumerables naciones, razas y sus diferencias etnológicas. Estas diferencias se explicarán ampliamente a pesar de que son tan evidentes como la que existe entre un europeo hermoso e intelectual y un excavador indígena australiano. Sin embargo, eso hace temblar al ignorante, provocándole un tumulto al sólo pensar en destruir el imaginario “gran abismo entre el ser humano y la creación bruta.” El excavador indígena, entonces en unidad con muchas otras naciones salvajes, aunque superiores a él, y que están, evidentemente, desapareciendo para hacer espacio a los seres y a las razas de una especie superior, se deberán considerar, simplemente, con la misma óptica que usamos para los numerosos ejemplares de animales al borde de la extinción.[1]
 
¿Quién puede decir si las artes y las ciencias de los antepasados de estos salvajes con las cabezas llanas – antepasados que pueden haber vivido y prosperado en la más adelantada de las civilizaciones anteriores a la era glacial – tenían artes y ciencias mucho más adelantadas que la civilización actual – aunque quizá avanzando en una otra dirección muy distinta? Ahora se ha probado científicamente que el ser humano ha vivido en América por al menos 50 mil años y esto es un hecho que trasciende toda duda. En junio pasado [2], en una conferencia en Manchester por H. A. Albutt, Miembro Honorario de la Sociedad Real de Antropología, el orador dijo:
 
“Cerca de New Orleans, en una parte del delta moderno, mientras se excavaba para la red de gas, se perforó una serie de lechos casi completamente constituidos por materia vegetal. Durante la excavación, a una profundidad de  3 metros de la superficie y bajo cuatro bosques sepultados, uno sobre el otro,  los trabajadores descubrieron un poco de carbón de leña y el esqueleto de un hombre, cuyo cráneo se atribuyó al tipo de raza india aborigen y, según el doctor Dowler, se remontaba a 50 mil años.” El ciclo irreprimible en el curso del tiempo diezmó a los descendientes de los contemporáneos del difunto habitante de este esqueleto. Además, ellos degeneraron intelectual y físicamente, así como el lagarto degeneró desde el plesiosauro, y el elefante actual desde su orgulloso y monstruoso antecesor, el Sivatherium antediluviano, cuyos fósiles aún se encuentran en los Himalaias. ¿Por qué el ser humano debería ser la única especie en la tierra cuya forma jamás cambió desde que apareció, por primera vez, en este planeta? La imaginada superioridad de cada generación humana sobre la anterior, es aun infundada para que nos impida aprender, algún día, que la teoría es una cuestión que tiene dos lados:  por un lado del ciclo hay un progreso incesante, y por el otro un decaimiento irresistible.
 
Un científico moderno escribe:
 
“Aun con respecto al conocimiento y al poder, se puede decir que al adelanto, que según ciertos individuos es la característica típica de la humanidad, lo afectan personas excepcionales que surgen en algunas razas sólo bajo circunstancias favorables y es muy compatible con largos lapsos de inmovilidad y aun de declinación.” [3]  La prueba de este punto se encuentra en los modernos descendientes degenerados de las grandes razas poderosas de la antigua América: los peruanos y los mexicanos. El doctor Heath escribe: “¡Qué gran cambio! ¡Cuán lejos de su grandeza deben haber sido los incas cuando un puñado de 160 hombres pudo penetrar, indemne, en sus casas en las montañas, matar a sus reyes adorados, a millares de sus guerreros y expoliarlos de sus riquezas. Además, en un país donde ¡unos hombres armados con piedras pudieron resistir con éxito a un ejército! ¿Quién podría reconocer en los actuales indios quechua y aymara a sus nobles antecesores?”
 
Esta es la opinión del doctor Heath y su convicción de que en un tiempo, América, Europa, Asia, África y Australia estaban unidas entre ellas, es tan firme como la nuestra. Deben existir ciclos geológicos y físicos así como intelectuales y espirituales. Los globos y los planetas, análogamente a las razas y a las naciones, nacen, crecen, se desarrollan, declinan y mueren.
 
Grandes naciones se escinden, esparciéndose en pequeñas tribus; pierden toda reminiscencia de su integridad y, paulatinamente, retroceden al estado primitivo, desapareciendo, en sucesión, de la haz de la tierra. Lo mismo ocurre con los grandes continentes. En un tiempo, Ceilán debe haberse formado como parte del continente indo. Así, parece ser que España fuese anexada a África y el angosto canal entre Gibraltar y tal continente debía haber sido tierra firme. Gibraltar rebosa de grandes monos de la misma especie muy abundante en la costa africana; mientras en España no hay simios en ninguna parte.
 
También las cuevas de Gibraltar están llenas de huesos humanos gigantescos, avalando la teoría de que pertenecen a una raza humana antediluviana. El doctor Heath menciona la ciudad de Eten, situada en América en el grado 70 de latitud sur, donde los habitantes de una tribu desconocida hablan un idioma monosilábico que los trabajadores emigrantes chinos entendieron desde su primer día de llegada.[4] Tienen sus leyes, costumbres y vestidos. No entablan, ni permiten que se entable, una comunicación con el mundo externo. Nadie puede decir de dónde provienen, ni cuándo llegaron, ya sea antes o después de la conquista española. Son un misterio para todos los que tienen la oportunidad de visitarlos […].
 
Con estos hechos capaces de desconcertar a la ciencia exacta y mostrar nuestra completa ignorancia del pasado, no le reconocemos el derecho a ningún ser humano terrenal, ya sea versado en geografía, etnología, en la ciencia abstracta o exacta, de decir a su prójimo: “¡Hasta ahí llegarás y no avanzarás más”!
 
Al reconocer la deuda de gratitud contraída con el doctor Heath de Kansas, cuya relación interesante e informadora nos ha proporcionado un elocuente número de hechos, sugiriéndonos tales posibilidades, no podemos hacer menos que citar sus reflexiones finales:
 
“Hace 13 mil años, Vega o Lira era la estrella polar. Desde entonces, ¡cuántos cambios ella ha visto en nuestro planeta! Cuántas naciones y razas han llegado a la vida, han tocado los pináculos de su esplendor y después han decaído. Cuando hayan pasado 13 mil años desde nuestra desaparición, y la estrella polar haya asumido otra vez su posición original en el norte – completando un ‘Año Platónico o un Gran Año’ – ¿y ustedes piensan que los que nos hayan sustituido en la tierra sabrán más acerca de nuestra historia de lo que sabemos nosotros sobre las civilizaciones pasadas? En verdad, podríamos exclamar, en términos casi salmistas: ‘Gran Dios, Creador y Director del Universo, ¿qué es el hombre para que Tú le des atención?’ ”
 
“¡Amén!” – debería ser la respuesta de los que todavía crean en un Dios “Creador y Director del Universo.” 
 
 
NOTAS:
 
[1]  Esta frase de HPB no justifica de modo alguno cualquier violencia colonial en contra de los pueblos indígenas. Al contrario, HPB y el movimiento teosófico defienden la fraternidad universal, el principio de la no-violencia (ahimsa) y el bien-estar de todos los seres. Lo que la frase significa es que hay una decadencia natural de pueblos y civilizaciones antiguos, mientras que las mismas mónadas o almas humanas que encarnaban en cuerpos indígenas pasan a encarnar en cuerpos de pueblos más adelantados. (CCA)
 
[2] Es decir, junio de 1880, ya que esta cuarta parte del texto fue publicada en agosto de 1880. (CCA)
 
[3] “Journal of Science” de Febrero, texto “The Alleged Distinction between Man and Brute”. (Nota de H.P.B.)
 
[4] Sobre eso, vea a continuación la Nota firmada por Amrita Lal Bisvas y dirigida a la editora de “The Theosophist”. (CCA)
 
 
Correspondencia Sobre “Una Tierra de Misterio”
 
A la Editora:
 
[ “The Theosophist”, Agosto, 1880, pp. 278-279]
 
He leído con gran interés su excelente artículo sobre “Una Tierra de Misterio”. Sus palabras muestran un espíritu investigador y un amor por la verdad realmente encomiable y usted recibirá el respeto, la aprobación y la alabanza de todos los lectores imparciales. Sin embargo, hay algunos puntos en los que discrepo con usted. Para explicar las similitudes más desconcertantes existentes en las maneras y usanzas, los hábitos y las tradiciones sociales de la humanidad primitiva de los dos mundos, usted se vale de la antigua teoría platónica según la cual los continentes tenían istmos de tierra que los unían. Sin embargo, las recientes investigaciones en  “Novemyra”, han desacreditado para siempre tal teoría. Ellos prueban que, con la excepción de Australia, que se separó de Asia, jamás hubo un sumergimiento de tierra tan gigantesco que fuese capaz de producir un océano Atlántico o Pacífico. Los mares, desde su formación, nunca han cambiado sus antiguos lechos de manera excesivamente amplia. Según el profesor Geike, en su geografía física, los continentes siempre ocuparon las posiciones actuales, salvo que, a veces, sus costas han avanzado o retrocedido por algunas millas de la mar.
 
Usted no se hubiera equivocado si hubiese aceptado la teoría del señor Quatrefages sobre  la migración marina. Todos los monogenistas avienen con que las planicies de Asia Central fueron el centro donde apareció la raza humana. De este lugar, oleadas sucesivas de emigrantes se instalaron en los ángulos más recónditos del mundo. No es una sorpresa que los antiguos chinos, hindúes, egipcios, peruanos y mexicanos, que en un tiempo habitaban en el mismo lugar, muestren similitudes muy marcadas en ciertos puntos de su vida. La proximidad de los dos continentes en el estrecho de Behring permitió a los emigrantes efectuar el pasaje de Asia a América. Un poco hacia el sur, está la corriente de Tassen, el Kourosivo o el flujo negro de los japoneses, que abre una gran ruta para los navegadores asiáticos. Los chinos han sido una nación marítima desde la antigüedad remota y puede ser que sus barcos se asemejaban a los del navegador portugués Cabral en los tiempos modernos, capaces de llegar a la costa americana fortuitamente. Sin embargo, omitiendo todas las cuestiones de posibilidades y accidentes, sabemos que los chinos descubrieron la aguja magnética ya en el 2.000 A.E.C. Con su ayuda y la de la corriente de Tassen, no debe haberles resultado difícil llegar a América. En efecto, según nos informa Paz Soldan en su “Geografía de Perú”, establecieron una pequeña colonia en este país y “al finalizar el quinto siglo, los misioneros budistas enviaron misiones religiosas para que se llevaran las doctrinas de Buda a Fou-Sang (América).” Sin duda, esto provocará cierto desagrado a muchos lectores europeos. No están de acuerdo en acreditar una declaración que les sustrae el honor del descubrimiento de América, para tributarlo a los que ellos llaman, con complacencia, “una nación asiática semi-bárbara.” A pesar de todo es un hecho diamantino.
 
El capítulo XVIII de “The Human Species” (“La Especie Humana”) de A. De Quatrefages, será una lectura interesante para todos los que quieren saber algo sobre el descubrimiento de América por parte de los chinos. Sin embargo, como el espacio en su libro es limitado, el relato es muy breve. Espero, firmemente, que usted terminará su interesante artículo haciendo referencia a esto y dándonos los detalles de todo lo que se sabe tocante a dicho tema. Irradiar luz en un punto que hasta la fecha se ha encontrado sumergido en la oscuridad misteriosa, no será indigno de la pluma de un ser cuya vida se centra en la búsqueda de la verdad y que, una vez encontrada, se atendrá a ésta cueste lo que cueste.
 
Amrita Lal Bisvas         Calcutta 11 de Julio
 
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[ La Respuesta de HPB: ]
 
[ “The Theosophist”, Agosto, 1880, pp. 278-279]
 
El poco tiempo libre a disposición este mes no nos permite contestar detalladamente a las objeciones concernientes a la hipótesis de la Atlántida, que nuestro suscritor ha inteligentemente sometido. Sin embargo, veamos si son tan inexpugnables como parecen ser a primera vista; aunque se basen en “investigaciones recientes” que, “de una vez por todas, han destruido esa teoría.”
 
Sin profundizar en el tema, podemos limitarnos a una breve observación. Más de una cuestión científica que en un tiempo pareció haberse dirimido para siempre, al despuntar de otra, detonó sobre las cabezas de los teóricos que habían olvidado el peligro de tratar de elevar una simple teoría en un dogma infalible. No hemos cuestionado la afirmación de que “jamás hubo un sumergimiento de tierra tan gigantesco que fuese capaz de producir un océano Atlántico o Pacífico”; ya que nunca pretendimos sugerir nuevas teorías tocante a la formación de los océanos, los cuales pueden haber mantenido su posición actual desde que aparecieron. Sin embargo, continentes enteros pueden haberse subdividido en fragmentos parcialmente sumergidos, dejando un sinnúmero de islas como parece que aconteció con la Atlántida cuando se abismó.
 
Lo que quisimos decir es lo siguiente. En algún período prehistórico y mucho antes de que el globo pululara con naciones civilizadas, Asia, América y tal vez Europa pertenecían a una vasta formación continental unida por istmos como los que, evidentemente, existían donde ahora está el Estrecho de Behring (que se conecta al Pacífico Norte  y al Ártico y tiene una profundidad de poco más de veinte o veinticinco brazas)  o por sábanas de tierra más amplias. Al mismo tiempo, no le impugnamos a los monogenistas, según los cuales, Asia Central es la cuna de la humanidad, sino que dejamos tal tarea a los poligenistas, capaces de cumplirla con más éxito que nosotros.
 
De todos modos, antes de que podamos aceptar la teoría de la monogénesis, sus defensores, para explicar las palmarias diferencias en los tipos humanos, deben ofrecernos algunas hipótesis irrefutables, mejores que la “bifurcación causada por la diferencia de clima, hábitos y cultura religiosa.” M. Quatrefages puede permanecer, innegablemente, como un naturalista, un físico, un químico y un zoólogo extremadamente distinguido, sin embargo no logramos comprender por qué deberíamos aceptar sus teorías, prefiriéndolas sobre todas las demás. Evidentemente, Amrita Lal Bisvas alude a la narrativa de alguna expedición científica que costeó el Atlántico y el Mediterráneo, emprendida por este francés eminente, a la cual le dio el título de “Souvenirs d’un Naturaliste”. Nuestro corresponsal parece equiparar a M. Quatrefages a un Papa infalible en lo que concierne a las cuestiones científicas. Esta no es nuestra posición, aunque ha sido miembro de la Academia Francesa y es un profesor de etnología. Su teoría acerca de las migraciones marinas puede impugnarse con un centenar de teorías directamente opuestas. Es porque hemos dedicado toda nuestra vida a la búsqueda de la verdad, agradeciendo a nuestro crítico por haberlo admitido de forma encomiástica, que jamás aceptamos por fe ninguna autoridad, trátese del asunto que se trate; ni tampoco, buscando, como hacemos, la VERDAD y el progreso a través de una investigación completa y sin miedo – sin el obstáculo de cualquier otra consideración – aconsejaríamos cualquier amigo nuestro a hacer algo distinto de esto.
 
Dicho esto, ahora podemos introducir algunas de las razones por las cuales creemos en la presunta “fábula” de la Atlántida sumergida, aunque lo explicamos elocuentemente en “Isis Unveiled” (“Isis Sin Velo”), vol. I., pag. 590.
 
Primero. Tenemos, como prueba, las tradiciones más antiguas de las poblaciones más heterogéneas que vivieron en continentes distantes: las leyendas en la India, en la antigua Grecia, en Madagascar, Sumatra, Java y todas las islas principales de la Polinesia y de las Américas. Ya sean los salvajes o las tradiciones literarias más ricas en el mundo, la literatura sánscrita de la India, convienen en decir que, en un pasado remoto, en el océano Pacífico existía un gran continente que, debido a un sismo geológico, se sumergió. Nosotros creemos firmemente, aunque estemos dispuestos a corregirnos, que la mayoría de las islas, si no todas, del archipiélago malayo hasta la Polinesia, son fragmentos de este inmenso continente de antaño, ahora sumergido. La Malaca y la Polinesia, que están en los dos extremos del océano y que desde que el hombre tiene memoria jamás trabaron, ni pudieron haber trabado alguna relación o aun saber de la existencia mutua, poseen, todavía, una tradición común en todas las islas y los islotes, según la cual sus respectivos continentes se extendían por un amplio tramo en el mar;  que en el mundo existían sólo dos inmensos continentes: uno habitado por seres amarillos, y el otro por hombres de piel oscura; y que el océano, obedeciendo a una orden de los dioses y para castigarlos por sus incesantes peleas, los devoró.
 
Segundo. A pesar del hecho geográfico de que la mutua distancia de Nueva Zelanda, Sandwich y las Islas de Pascua oscila entre 300 y 350 millas, y a pesar del hecho de que, según todo testimonio, ni ellas, ni ninguna isla intermedia, como las Marquesas, Sociedad, Fiji, Tahiti, Samoa y otras, podrían comunicarse entre sí desde que se convirtieron en islas y antes de la llegada de los europeos, ya que sus poblaciones indígenas desconocían la brújula – aun así cada una de éstas sostiene que sus respectivos países se extendían hacia occidente, rumbo a la vertiente asiática. Además, todos hablan dialectos que vienen, evidentemente, del mismo idioma y con  pequeñas diferencias pueden entenderse sin muchos problemas. Tienen las mismas creencias religiosas y supersticiones, y sus costumbres son muy parecidas.   Y, como pocas islas polinesias fueron descubiertas antes del siglo 18, como Europa desconocía el mismo océano Pacífico hasta los días de Colón,  y dichos isleños jamás cesaron de repetir las mismas antiguas tradiciones desde que los europeos pisaron sus playas, nos parece una deducción lógica que nuestra teoría se acerca a la verdad más que cualquier otra.  La casualidad debería cambiar su nombre y su sentido si todo esto dependiese sólo de ella.
 
 
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Vea en nuestros sitios web asociados las partes I, II  y  III de “Una Tierra de Misterio”.
 
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En septiembre de 2016, luego de un cuidadoso análisis de la situación del movimiento esotérico internacional, un grupo de estudiantes decidió crear la Logia Independiente de Teósofos, que tiene como una de sus prioridades la construcción de un futuro mejor en las diversas dimensiones de la vida.
 
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